Otro cuento:
Posted on mayo 12th, 2012 by henriettaPosted in Sin categoría | No Comments »
Hoy es domingo. Un día realmente especial. Ayer René y yo nos casamos ante la atenta mirada de Steve y unos pocos amigos con los que cenamos en el delicioso restaurante del hotel donde nos encontrábamos, al pie de la montaña. René no tiene hermanos y sus padres fallecieron hace ya tiempo. Hasta ahora yo he sido como su hermana, su madre y él como mi padre, mi mejor amigo, mi hermano… todo lo que cualquiera puede soñar y a veces no es capaz de reconocer que tiene tan cerca por sentirse un poco como aquel patito feo del cuento.
Como no podía casarme con René sin ser totalmente sincera con él, acabé contándole que yo no tenía tanta imaginación como él sospechaba sino que se trataba de mi madre quien tenía una imaginación realmente portentosa o bien un extraño don que le permitía viajar en el tiempo de modo que todas aquellas historias que había leído y tanto le habían gustado tenían su origen en el Diario de Madeline.
Evidentemente, René no creía nada de lo que le decía, al principio. Sin embargo, al ver el ejemplar del Diario que encontré, tuvo que admitir que yo podía estar en lo cierto. Así que hoy, por primera vez, me he podido levantar, despertar a Steve y ante la atenta mirada de René, empezar el día leyéndole un relato muy especial, que empieza diciendo:
“A la luz de una vela un hombre, aún joven, estaba leyendo en voz alta, gesticulando como un payaso, que tuviese a un público infantil escuchándolo:
‘Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos.
Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verles por primera vez.
Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.
Todos concentraron su atención en el huevo que permanecía intacto, incluso los patitos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.
Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis…
La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feísimo y le apartó con el ala mientras prestaba atención a los otros seis.
El patito se quedó tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían…
Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe el pobrecito.
Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.
El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.
Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. También se fue de aquí corriendo.
Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que pretendían dispararle.
Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.
Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:
– ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!
A lo que el patito respondió:
-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso…
– Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.
El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.
Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.’
Lloré desconsoladamente recordando a mi madre, que me explicaba este mismo cuento cuando volvía del colegio, triste, porque nadie me entendía.
Aquel hombre joven y apuesto, de mirada soñadora, tenía que ser Hans Christian Andersen. Nunca lo había imaginado así. De hecho, no lo había tratado de imaginar antes. Simplemente, como casi todos los niños, había disfrutado con sus cuentos y especialmente con El Patito feo, supongo como todos los que se han sentido en algún momento diferentes y han anhelado encontrarse acogidos entre semejantes.
En aquel momento debía estar en algún lugar de Dinamarca, en el siglo XIX. La casa en la que vivía el escritor era pobre. Sin embargo, no hacía frío y apenas noté la calidez del hogar cuando desperté junto a Benjamín. Tal vez la emoción no me había dejado sentir el frío invernal”.
Por primera vez, no tenía que esconderme de René. Había podido leer este bello relato a mis dos hombres. ¿Había forma mejor de empezar el día?
El resto transcurrió entre despedidas de amigos, que habían venido a compartir nuestra felicidad. Entre ellos estaba Jacques, que aprovechó mi invitación a la boda para explicarme que un canal de televisión quería emitir una serie sobre el Diario de Madeline; además, existía la posibilidad de que acabasen haciendo un film de la historia de Madeline y Benjamin. La emisión de la serie coincidiría con la presentación del libro. ¿Qué más podía pedir?
Teníamos por delante una semana de relax en plenas vacaciones navideñas. Las primeras que pasábamos con Steve. Las primeras en que ya no me sentiría como un patito feo, como se había sentido también Madeline, segura de haber madurado lo suficiente como para poder compartir mi vida, mi intimidad y mis miedos con mi querido René.