¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?: Versión II
Posted on septiembre 13th, 2008 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
Aunque raramente reviso un escrito, he aquí la excepción que confirma la regla. El final está ahora más trabajado.
– ¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?
– ¿Puedes repetir lo que creo que he oído?
– ¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?
– ¿Por qué te cuento historias de amor si no te quiero?
Por si no es suficientemente malo despertar el último día de vacaciones sólo me falta que Pixie esté averiado.
Pixie es mi robot doméstico y, actualmente, mi única compañía. Sólo le puse una condición al vendedor de robots: quiero un robot sensible, que sepa recitar poesía. Ya hace muchos años de eso pero lo recuerdo como si hoy fuese aquel día.
Siempre me han gustado los robots, especialmente los músicos. Sin embargo, durante mucho tiempo tener un robot era un capricho al alcance de unos pocos. Cuando decidí comprar a Pixie, ya era más asequible pero la decisión no fue fría. ¿Por qué me estará diciendo ahora Pixie que no le gusta que le traten como a un robot? Es evidente que no es fácil convivir, ni siquiera con un robot.
Me costó tiempo decidirme porque nunca sabes qué hay de real en lo que te intentan vender y tener un robot en casa puede llegar a ser como tener un espía al lado aunque poco peligroso.
Según me dijo el vendedor, nunca le habían pedido un robot que recitase poesía pero evidentemente lo podía conseguir porque estaba en su catálogo. Entre un músico y un poeta, prefería a este último. La música ya la pondré yo –pensé- y no es necesario saber interpretar para ser melómano. A lo mejor a mi robot poeta también le gustaría la música. Así, decidí que sería más ameno compartir mi vida con un poeta que con un robot-compositor, que decididamente sería más solitario.
Hasta hoy Pixie ha sido lo más parecido a una biblioteca con forma de robot que he visto en mi vida. Es evidente que el vendedor no me engañó. Es, incluso, mejor de lo que podría haber imaginado jamás.
Estaremos de acuerdo en que es más agradable despertarse escuchando un bello poema que las desagradables noticias matutinas. Pero no es ésta la única función de Pixie. Además de ser un auténtico manitas en el hogar, cocina de maravilla, tiene temas de conversación de lo más variado y, menos tener figura humana, diría que es lo más parecido a un D. Juan.
Sin embargo, algo parece haber disgustado a Pixie últimamente. Está más callado, no me hace reír, parece más lento en sus movimientos… como un robot.
– ¿Qué te ocurre, Pixie?, le pregunto.
– Crees que porque soy un robot no tengo sentimientos. Querías un robot sensible y lo soy pero no pareces darte cuenta. Sólo soy un montón de hojalata, que cocina, limpia la casa, el coche, conduce cuando estás cansada y lleva las maletas… No soy nada más para ti. Creo que ha llegado el momento de que me devuelvas a la fábrica de robots, me dice Pixie.
No se qué decir. Pixie llegó sin manual de instrucciones. El vendedor no me advirtió que podía llegar a humanizarse. Sólo me explicó que un robot podía volverse agresivo porque podía aprender el comportamiento de sus propietarios pero nada me dijo de que pudiese pedirme el mismo afecto que un humano.
Una pregunta empieza a dar vueltas en mi cabeza. ¿Me está diciendo Pixie que soy demasiado fría? ¿Mi robot me considera un témpano de hielo? ¿Cómo puede no ser fría una persona que se queda sola, como un vestido colgado en una tienda? No es que no haya conocido por el camino a hombres interesantes pero me he quedado como un vestido al que todos admiran pero nadie compra, viendo asomada a la ventana como pasa el tiempo, año tras año… para acabar escuchando a un robot decirme que soy fría.
Me siento sin palabras. ¿Qué le puedo responder? ¿Puede un robot dejar de serlo y sentir como un humano? Realmente éste es un buen momento para llamar al vendedor.
Sin haber todavía desayunado y con Pixie mirándome desde un rincón, llamo a la fábrica de robots para descubrir, ¡cómo no!, que todavía están de vacaciones. ¿Qué puedo hacer yo mientras? Hablar con Pixie, por supuesto.
– Pixie, ¿por qué piensas que sólo eres un montón de hojalata? Si realmente es lo que quieres, podemos ir a la fábrica de robots cuando vuelvan de vacaciones pero no entiendo qué te ocurre. Nunca me has dicho que no te guste estar conmigo.
– Quiero volver a la fábrica de robots.
– Pixie, estoy intentando decirte que no hay nadie allí, ahora. Están de vacaciones. Aunque te prometo que si ése es tu deseo, cuando vuelvan de vacaciones te llevaré a la fábrica.
Pixie no pareció más feliz con mi respuesta. Se fue a la cocina sin decir nada. Y yo me quedé pensando. Probablemente mi destino sea la soledad y es egoísta destinar un robot a evitarlo. Aunque la experiencia ha sido divertida tal vez sea lo mejor para Pixie devolverlo a la fábrica para que lo programen para ser un tipo distinto de robot. Ahora entiendo que un robot poeta puede ser poco atractivo para la mayoría de personas que necesitan un robot para dedicarlo simplemente a algún trabajo.
Quien pudiera pensar que, incluso entre robots, hay algunos que pueden sentirse mejor que otros. De todos modos, no me puedo quedar con los brazos cruzados así que me dirijo a la cocina en busca de Pixie.
– Pixie, ¿me puedes recitar mi poesía favorita?, por favor.
Pixie me mira y empieza a recitar despacito:
“Per tú,
li dire a la tristor que marxi.
Perque ets tú,
vull que l´ombra sigui llum,
que el temps no existeixi…”
Cada vez que escucho estas palabras, no puedo evitar pensar en quién me las inspiró y dos gruesos lagrimones resbalan por mis mejillas. Posiblemente sí, posiblemente tanta sensibilidad haya contagiado a Pixie de una extraña melancolía.
– Gracias, Pixie. ¿Sigues pensando que lo mejor que puedes hacer es volver a la fábrica para que te reconviertan en un robot transportista o cirujano en lugar de seguir conmigo rompiendo la frialdad de esta casa?
Ahora parece que es Pixie quien se ha quedado sin palabras y sólo un leve movimiento de su cabeza parece indicar que no le gustaría tener otro destino. A mí, tampoco me extraña. ¿A quién le puede gustar ver a un pobre robot encerrado en la cabina de un tren 24 horas al día, 365 días al año?
Si la música amansa a las fieras, la poesía, incluso, calma a los robots.