A través del espejo

Actualmente, está de moda dedicar un día internacional a las cosas más diversas. Algunas, agradables; otras, mejor no existieran.
 
El Día Internacional de la no violencia contra la mujer, 25 de noviembre, nos ha recordado que hay personas que, en silencio, sufren una situación que las aísla socialmente y destruye su autoestima cuando no su propia vida.
 
Puede ser violento el esposo, la pareja, el padre, un hermano… cualquiera con la suficiente inseguridad para sentirse superior al humillar a quien tiene cerca.
 
Esta no es una situación nueva ni exclusiva de un país o de un status social. Al contrario, afecta de manera global a quien es más vulnerable. Aunque el modus operandi no sea lógicamente el mismo, el resultado, a menudo, sí.
 
En los últimos cuarenta años del S. XX, se ha producido un cambio social que ha afectado a la situación de la mujer, que ha pasado mayoritariamente a tener una mejor formación e independencia económica. La pérdida de hegemonía del varón, al tener que adaptar los roles a esta nueva realidad, es la que ha provocado este auge de casos de violencia que ocurren a nuestro alrededor, de forma más o menos encubierta, sin que, en ocasiones, nos demos cuenta.
 
Sin embargo, lo diferente no es que haya más violencia sino que la actitud de la mujer ha cambiado. De la sumisión ha pasado a la rebeldía. No obstante, no todas las mujeres tienen el empuje suficiente para romper estas rutinas y se convierten en víctimas de una «enfermedad crónica»: la violencia sexista.
 
Días como éste tienen que servir para que las mujeres se conciencien de que deben atreverse a denunciar al agresor y disfrutar de la vida que merecen. Tal vez alguna hasta duda que pueda tener una existencia mejor.
 
La solución pasa por una educación en valores que prime la igualdad, rechace la violencia y deje atrás estereotipos demasiado arraigados en la sociedad.