D. Segismundo Verdaguer Gómez
Posted on agosto 12th, 2021 by henriettaPosted in Sin categoría | 1 Comment »
A veces hay casualidades y ésta no iba a ser una excepción. Ayer por la mañana casualmente encontré el certificado que había emitido mi ex-preparador de oposiciones, D. Segismundo Verdaguer Gómez.
Lo cierto es que hacía tiempo que no pensaba en él. Han pasado muchos años desde entonces.
Por la noche pensé que hacía tanto tiempo que no sabía nada de él y se me ocurrió googlear su nombre. Oh, sorpresa, desagradable y entrañable al mismo tiempo. Falleció el día 8. Hacía 3 días. Las casualidades existen o no, todo es cuestión de interpretaciones y gustos.
Por una parte, me alegré de la casualidad y, por otra, como no puede ser de otro modo, no puedo decir que estuviese triste pero sí vinieron a mi cabeza tantos recuerdos y tantos buenos ejemplos que se quedan grabados en la mente que no puedo evitar explicarlos.
92 años no es una mala edad, sobre todo para vivir bien y además acompañado. Podría contar tantas anécdotas divertidas.
Lo conocí en 1995. Iba a ser mi profesor de Derecho Documental, una asignatura «de regalo» como las llamo yo a las asignaturas que el Abat Oliba incluía en su temario sin estar en el Plan de Derecho del 53. Un señor bajito y afable.
Lo primero que me llamó la atención de él fue que Manolo, el bedel, cuando lo veía llegar, iba a abrirle la puerta de la Universidad, cosa que no hacía con nadie más. Luego supe porqué, resulta que el bueno de Segis en su tiempo libre arreglaba modelos antiguos de automóvil que luego regalaba y a Manolo le había tocado un BMW clásico, que paseaba por Barcelona como si fuese una joyita y es que realmente lo era.
Pasó el curso y le pedí si quería ayudarme a preparar las oposiciones y me dijo que sí, claro. Empezó entonces una andadura de varios años, 5 exactamente, entrando y saliendo de su notaría cada semana para recitar los temas hasta su jubilación. En este tiempo no faltaron anécdotas pero no tengo tiempo para todas. Especial era su secretaria, Lolita, como lo era él, que acompañaba hasta el ascensor a todos los clientes que entraban en su notaría y a los opositores también hasta que desaparecíamos de su vista. Entrañable. Hoy creo que pocos lo harán ya.
Cuando se jubiló, en lugar de ir a la notaría, iba a su casa hasta que decidí dejarlo, centrarme en registros y buscar un registrador en lugar de un notario para continuar la formación.
En este tiempo supe que entre otras cosas, había comprado un monasterio de monjas en Menorca, que ellas no podían mantener. Seguían viviendo en un piso del edificio y el resto lo dedicaba a sus amigos y conocidos, a quienes además de alojamiento les prestaba coche y yate para que paseasen por las calas menorquinas.
En Barcelona, también podía seguirse su rastro en el edificio del Eixample que había comprado y cedido al Consell de Menorca para que sus estudiantes pudiesen alojarse mientras estudiaban por un precio irrisorio.
En fin, que tuvo suerte y pudo trabajar en unos años buenos, lejos de Burgos, donde le tocó su primera notaría, encima de una montaña a la que sólo se podía acceder en burro y de donde marchó, como decía él, para no morir de hambre.
Descanse en paz un buen hombre, amante del arte, excelente profesional y añorado mentor.