A través del espejo

Año tras año, cuando llegan estas fechas, expresamos nuestros buenos deseos a todos aquellos que nos importan.
 
Parece que tenemos asumido que hay que hacer un paréntesis, una especie de tregua, e intentar ser amables con los que tenemos a nuestro alrededor siempre, de vez en cuando… e, incluso, con aquellos que no vemos más que de año en año.
 
Llega la época de todos los tópicos habidos y por haber que, evidentemente, no voy a repetir. Ser mínimamente original es difícil, no imposible. Siempre hay quien opta por hacer algo diferente pero, seamos sinceros, no es lo habitual.
 
Por otra parte, si tenemos en cuenta que el verdadero espíritu de la Navidad importa a pocos y a muchos, sólo la parte comercial, este tiempo sería sólo una excusa para hacer aquello que realmente deberíamos hacer todo el año.
 
No olvidemos que los propósitos de año nuevo, que ahora deberíamos evaluar aunque no lo hagamos, tendrían que servir para mejorar como personas y no sólo para decepcionarnos cuando nos demos cuenta que hemos tardado tan poco en incumplir nuestros objetivos.
 
Éste debería ser un tiempo de reflexión, para estar más con nosotros mismos y huir de los tópicos. Tampoco es tan difícil, sólo hay que proponérselo. A mí, por ejemplo, estos días me gusta escuchar el Bolero de Ravel. ¿Por qué si no tiene ningún vínculo con la Navidad? no lo sé pero tampoco me importa. Simplemente mi oído me lo pide. Tal vez, sea mi discreta manera de hacer algo diferente.
 
Sin embargo, nos guste más o menos, acabaremos cumpliendo los rituales típicos de estos días. Así, año tras año, despediremos uno para recibir otro y nos ilusionaremos, unos más y otros no tanto, con las novedades que nos pueda traer un nuevo año. Seguiremos deseándonos unos a otros «salud, dinero y amor», como decía la canción, no necesariamente en este orden y, entre comprar mucho, comer más y dormir más bien poco volveremos a empezar otra cuenta atrás hasta la Navidad que viene.