A través del espejo

En pleno verano, con o sin vacaciones, y a las puertas de empezar agosto, hay quienes se dedican a un «agosto» diferente: son los «amigos de lo ajeno», que se esfuerzan por convertir en realidad las pesadillas que, a veces, podemos tener. Pesadillas en las que nos sentimos vulnerables, violados directamente en nuestra intimidad.
 
Si alguna víctima de un robo lee estas líneas, sabrá de qué estoy hablando. Evidentemente, no es lo mismo ir por la calle y que te atraquen que llegar a casa y encontrar el consabido desorden que dejan tras de sí los ladrones.
 
Lo que no deja de ser paradójico es que pueda ser más «rentable» para un ladrón robar un bolso que perder el tiempo echando las puertas abajo para no encontrar nada valioso.
 
Hace ya muchos años, en una cafetería, me robaron el bolso ante mi sorpresa y la de mi acompañante que tampoco se dio cuenta de nada. Ese día el ladrón tuvo suerte porque, además de unas gafas de sol, un discman, un billete de 10.000 pesetas recién salido del cajero, un billete de avión, toda mi documentación y un Código Civil lleno de anotaciones y subrayados, se llevó un bonito bolso. Si me hubiese robado el día anterior o el día siguiente, apenas podría haberse llevado mi documentación y mi monedero con calderilla para pagar el ticket del bus y satisfacer mis necesidades diarias de cafeína en taza pero ese día me iba de viaje y el bolso estaba diciendo «róbeme».
 
Sin embargo, perder el tiempo destrozando puertas o ventanas me parece algo sorprendente. ¿Acaso no saben los ladrones que los bancos existen? ¿Pensarán que detrás de una puerta encontrarán montañas de oro como las del tío Gilito?
 
Digo yo que si todos usásemos nuestras neuronas para ocuparnos de nuestros asuntos y dejar de meternos con los demás, el mundo andaría mejor pero lamentablemente está bastante cojo.  
 
Todavía queda mucho verano por delante y espero que nadie encuentre apetecibles sus casas para convertir alguna que otra pesadilla en realidad.