Casas domóticas:
Posted on diciembre 23rd, 2007 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
Es entretenido fijarse en la cantidad de «chismes» que hace unos años nos parecían ciencia ficción y que ahora se instalan en nuestras vidas para convertirnos, cada vez, en más esclavos de la tecnología y en personas más y más comodonas acostumbradas a aplicar la ley del mínimo esfuerzo en las cosas de la vida cotidiana.
Sin ir más lejos, los robots que se nos exhibían como algo experimental -y que, en cierto modo, siguen siéndolo- se utilizan en la fabricación de automóviles y en otros ámbitos como un instrumento habitual. Lo mismo ocurre con las sondas espaciales que, sin intervención humana directa alguna, son controladas desde la tierra con fines científicos, habitualmente. De estos ámbitos, que podemos considerar más o menos integrados en nuestra experiencia, podemos pasar al más habitual: nuestro hogar.
Lo que hasta no hace mucho era engorroso: abrir y cerrar puertas y ventanas, encender y apagar luces o el aire acondicionado o la calefacción cada vez es más divertido y supone menos esfuerzo para todos los que integran la domótica en sus vidas. Con un simple botón o una mera llamada telefónica, las puertas y las ventanas se abren o se cierran, las luces se encienden o se apagan, nuestros electrodomésticos se ponen en funcionamiento o se desconectan y encontramos la casa calentita o, al contrario, bien fresca cuando entramos por la puerta. Esto que es positivamente bueno para todos, no sólo para quienes algún tipo de limitación en su movilidad o para las personas mayores nos convierte en personas cada vez más vagas, menos dadas a realizar cualquier tipo de esfuerzo, al menos, en lo que la tecnología pueda suplirnos.
Lo cierto es que, de entrada, nos puede parecer innecesario incorporar a nuestras rutinas cotidianas este tipo de artilugios pero, a medio y largo plazo, ocurrirá como ha pasado siempre que hemos empezado a servirnos de cualquier novedad -pensemos en los lavavajillas, por ejemplo-: que no sabremos prescindir de ellos. La explicación tiene una buena lógica y es que las personas somos muy dadas a habituarnos a todo aquello que nos pueda hacer la vida un poco más fácil y cómoda.
Nada puede oponerse a que experimentemos placer disfrutando de estos pequeños inventos, salvo, claro, en algunos casos la economía.