Alicia:
Posted on mayo 20th, 2011 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
Alicia ya no podía más. Cada día era lo mismo: escuchar, repetir… hasta que ya desconectaba y empezaba a imaginar otro mundo de fantasías, cada día distinto. Era lo único que le permitía divertirse en clase.
Hoy tocaría al Óscar de Hollywood ser el protagonista de sus fantasías. Un Óscar azul y otro rojo flotaban sobre un campo lleno de flores amarillas. El azul, con una sonrisa benevolente, se elevaba por encima de la figurita roja, que lloraba desconsolada rodeada de números rojos, que anunciaban su devaluación, como si de la bolsa se tratase. A Alicia no le habían pasado desapercibidas las críticas a las estatuillas que se habían repartido aquel año ni la situación de crisis de la que todos los adultos andaban quejándose. El Óscar estaba realmente desprestigiado y su reputación, por los suelos, igual que la economía. Esto, que no sería ninguna preocupación para cualquier niña, sí lo era para ella.
Alicia no era como las demás niñas. No necesitaba estudiar; todo parecía aprenderlo como por arte de magia. Sus amigos eran sus juguetes: un oso juguetón, Charles, y su osita, Carla; una pareja de patos, que no podían cesar de mirarse a los ojos, Patito y Patita, compañeros todos silenciosos, que había encontrado bajo un cielo azul, sin nubes, junto a un tío vivo solitario.
Aunque todo parecía fruto de un sueño típico de Alicia, allí estaban estos inanimados compañeros para demostrar que no había sido algo ocurrido sólo en su mente. Alicia caminaba entre los caballitos del tío vivo, acariciándolos uno a uno, casi sin poderse creer lo que estaba viendo, hasta que se fijó que al lado había un patio lleno de juguetes preparados para repartir: cocinitas, caballos de madera, muñecas de todos los tamaños… Su sorpresa crecía y creía hasta límites insospechados cuando vio a su pareja de ositos y de patitos, a los que cogió delicadamente y colocó en un coche de Barbie, al tiempo que veía un circuito de autos de choque, todos para ella. Empezó a subir en uno, en otro. Los había de todos los colores: amarillos, verdes, azules como el cielo y los más llamativos, los rosas, como el coche, donde había dejado a los que a partir de ahora serían sus inseparables compañeros de juegos.
Demasiado profunda para su edad, rara vez encontraba en sus compañeras de clase lo que realmente buscaba. Tan bonita, tan pequeñita y, al mismo tiempo, tan extraña.
Alicia se sentía realmente diferente, no como un patito feo, no. Ella era feliz pero sabía que esperaba de los demás algo que no le podían dar. Su vida interior era más rica; sus sueños, lo que más la hacía disfrutar. Y en su mundo de sueños andaba aquel día cuando la profesora le llamó la atención.
– Alicia, ¿me puedes repetir lo que acabo de decir?
Repetir, repetir… parecía ser lo único que le sabían pedir los mayores. Alicia sabía que la señorita Adams no esperaba otra respuesta que no fuese “no”. También sabía qué venía después: la mandaría al pasillo donde podría seguir jugando en su mundo de fantasías.
La señorita Adams parecía harta de su alumna y, sin embargo, estaba realmente fascinada. ¿Envidiosa? No, en absoluto pero no podía dejar de preguntarse qué tenía aquella chiquilla, que le permitía ser la mejor sin escuchar nada de lo que ella explicaba. ¿Por qué era tan popular? –se preguntaba- si rara vez se relacionaba con sus compañeras. No podía dejar de sentir una extraña sensación, ni buena ni mala, pero sabía que Alicia era mucho más feliz en su mundo, lejos de los demás.
Para sorpresa de todos, esta vez Alicia contestó: ¿por qué los túneles se caen?
La señorita Adams, que había estado explicando cómo se conjuga el verbo “to be”, no pareció sorprendida. Se limitó a preguntarle por la conjugación, que Alicia recitó impecablemente y volvió a decir: señorita, ¿por qué los túneles se caen?
– Alicia, despierta. Es hora de ir al colegio. Vas a volver a llegar tarde y a la señorita Adams ya sabes que no le gusta que los niños lleguen tarde.
La mamá de Alicia no sabía qué hacer con ella. Siempre ausente, en su mundo… Pero no parecía ser hoy un día en que estuviese especialmente alegre.
– ¿Te ocurre algo, Alicia?, dijo su madre.
– Acabo de tener una pesadilla, mamá. Llegábamos corriendo Eva y yo al coche de su padre y nos sentamos en los asientos de atrás. Cuando él se gira para saludar, no era un hombre sino un gran macho cabrío que sonreía mostrando unos dientes amarillentos, espeluznantes, y unos cuernos, en los que no me había fijado antes y salían por un agujero del techo, que dejaba entrever las estrellas en un cielo oscuro.
Tal fue el susto, que salí del coche gritando. Sólo recuerdo que empecé a correr por la ciudad amurallada mientras aquella enorme cabra me perseguía y se acercaba cada vez más hasta que llegué al borde de la muralla y tuve que lanzarme al vacío. No había rastro de ningún animal. Sólo una réplica del aquelarre que tenemos en el salón. ¿Por qué sueño estas cosas tan raras?, mamá.
– No sé, Alicia, ¿tendrá algo que ver con lo que me explicó la mamá de Eva que os perseguían los niños lanzándoos huevos cuando pasabais junto a la muralla para ir al colegio?
Alicia pensó en seguida en las lluvias de huevos, que los alumnos del seminario lanzaban al cole de las chicas, en un auténtico ejercicio de puntería, que lograba, a menudo, colarlos por las ventanas y acertar en la pared de un aula. A final de curso el frontal era un auténtico cuadro abstracto, sobre blanco, rayas amarillas pero también azules y violetas por la tinta de esos colores que conseguían inyectarles. Pero a ella le habían dejado siempre bastante indiferente. No entendía que alguien pudiese perder el tiempo haciendo semejantes tonterías.
No era fácil impresionar a Alicia. Además de sus amigos juguetes de las pocas cosas que le atraían eran los edificios pero tampoco todos los edificios del mundo sino los que tenían formas redondeadas, como una gran manzana, que le recordaban las botas en las que vivían los personajes de sus cuentos de hadas -familias enteras de ratitas o de pájaros de colores-.
Pero lo que mejor se le daba a Alicia era inventar cuentos, en los que Romeos y Julietas, tras cada una de las ventanas y balcones de formas imposibles, que dibujaba, se prometían amor eterno. Algo mágico tenía esta niña, que parecía creer que cualquier cosa era posible, incluso inventar batallas en las azoteas, con guerreros casi decapitándose.
Fantasía tras fantasía, acabó incluso ensamblando todas las piezas necesarias para construir una avioneta de juguete a escala. También era fácil inventar traviesas historias subida a ese medio de transporte hasta que un día la fatalidad quiso que muriese atropellada la avioneta. Ése fue un día triste para Alicia, que pasó abrazada a sus Patito y Patita, sin perder de vista a Charles y Carla, que estaban cómodamente sentados a una mesa de te en una esquina de la terraza para que no les molestase el sol veraniego, que empezaba a colarse por las ventanas.