Ciudades cosmopolitas:
Posted on noviembre 1st, 2007 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
Hace unas horas, estaba leyendo una entrevista a una señora de gran notoriedad, que se enorgullecía de que su ciudad era la «más cosmopolita…»: ¿de España?, ¿Europa?, ¿del mundo entero?; no lo se. No es necesario saber de quién se trata ni a qué ciudad se refería. Lo que a mí me llama la atención es que haya personas que gusten de hacer tales afirmaciones categóricas para referirse a algo o a alguien como el más o la más… añádánle el piropo que consideren oportuno.
Ser cosmopolita hoy no puede entenderse como un atributo aplicable exclusivamente a un lugar ni se puede decir que existe lugar alguno que sea el más cosmopolita de todos. Casi diría que hoy las ciudades, islas… son cosmopolitas por obligación y no sólo por vocación. ¿Cómo podríamos explicar sino la avalancha de inmigración que llena hoy Europa? Esta circunstancia que lleva aparejada la consabida globalización nada tiene que ver con que hace años hubiese personas que puntualmente llegaban a un lugar y, atraídos por su encanto, decidiesen trasladarse. En este caso, sí podía hablarse, y de manera positiva, de un lugar como cosmopolita porque servía de reclamo para personas que encontraban allí «su casa».
Hoy es preferible hablar de personas cosmopolitas por su facilidad para adaptarse a cualquier entorno que definir un lugar como cosmopolita simplemente porque allí habitan personas de los países más diversos. Evidentemente, sí se puede hablar, en este caso, de una ciudad o de un lugar cosmopolita pero, desde mi punto de vista, este término ha perdido hoy parte de su significación positiva. Sería, en algunos casos, mejor hablar de «lugar de acogida» y es que la historia, caprichosa como ella sola, devuelve al viejo continente lo que siglos atrás ocurrió a la inversa.
Además, tratar de buscar cuál es la ciudad o el lugar más cosmopolita hoy es bien difícil. Sería mejor conformarse con el calificativo sin más ni menos y esperar unos años para ver si realmente la «invasión» que hoy se vive en Europa redundará en un beneficio y en una circunstancia de la que podamos presumir o, al contrario, en un empobrecimiento no sólo para nuestras tradiciones sino, en general, para la calidad de vida a la que nos hemos acostumbrado.