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A través del espejo

«Dardos envenenados»:

Posted on diciembre 10th, 2007 by henrietta
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Un proverbio chino dice que: «Es más fácil variar el curso de un río que el
carácter de un hombre».

Sin embargo, nuestra manera de ser va cambiando a través de la convivencia.
A ello, ha contribuido el crecimiento de las ciudades. Desde este año,
precisamente, el número de ciudadanos supera ya al de quienes pueblan las
áreas rurales del mundo. Son muchas las razones que llevan a la gente a
emigrar a la ciudad pero no pretendo hablar sobre este aspecto.

Vivir en una ciudad o en un pueblo condiciona, inevitablemente, no sólo
nuestra perspectiva sobre la vida misma sino también nuestro modo de
comportarnos con los demás. Las relaciones humanas en una ciudad quedan
mucho más diluidas, son mucho más superficiales. A salvo quedan, claro, los
vínculos familiares con las personas con quienes hay convivencia o con
nuestros compañeros de trabajo a los que vemos día a día. Fuera de estos dos
ámbitos, por educación, las relaciones quedan en una esfera impersonal que
las convierten en meras relaciones de cortesía: como las que podemos tener
con nuestros vecinos o con quienes nos cruzamos, con más o menos frecuencia,
en el barrio.

Por el contrario, en lugares donde las relaciones son mucho más estrechas
todo se complica. Es cierto que, en la medida en que las distancias no son
un obstáculo para encuentros frecuentes y la gente tiene más tiempo y está
más relajada, los vínculos son mucho más cálidos y afectuosos. Sin embargo,
al que le toca ver la cara triste de la vida, sufrirá los chismorreos de los
demás. Esta actitud provoca problemas y nos obliga a ir dejando atrás en
nuestra vida a muchas personas. Esto no significa, lógicamente, que cuando
alguien desaparece de nuestro camino sea intencionadamente. Al contrario, a
algunos los echaremos de menos siempre pero, por alguna razón, nuestro
destino decide que ya no tienen más un fin positivo en nuestro proceso de
maduración.

Los «dardos envenenados» que habremos recibido a o largo de los años
quedarán debidamente archivados para evitar tropezar de nuevo con este tipo
de actitudes conscientemente destructivas, que ponen a prueba nuestra
intuición. La mejor opción, evidentemente, es poner tierra de por medio ante
la imposibilidad de cambiar nuestro carácter y optar por comprobar que,
efectivamente, el actual estado de la técnica permite alterar el curso de un
río pero no hemos descubierto todavía cómo hacer que nuestras relaciones con
los demás sean más humanas.

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