De la inteligencia humana:
Posted on noviembre 5th, 2007 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
Por alguna razón, ocurre que tendemos a dar más crédito a las palabras que pronuncia una persona célebre o que, por cualquier motivo, goza de un status privilegiado. Sin embargo, en ocasiones, nos damos cuenta que también hay quien tiene cosas importantes que decir sin necesidad de ser famoso ni escandalosamente rico.
Hace poco, durante una conversación con un señor, que brilla precisamente por su inteligencia, me decía que nadie debería nunca quejarse de sus circunstancias por cuanto la inteligencia humana consiste en saber adaptarse a cualquier ámbito o tipo de personas con quienes debes tratar.
Cierto pero, al mismo tiempo que eres consciente de que esta afirmación es correcta, no puedes dejar de pensar en la dificultad de llevarlo a cabo porque, no nos engañemos, hay quien es más grata compañía que otros por razones de lo más diverso, como la educación, la sensibilidad… Y, sin embargo, todos gozamos de una cualidad que nos permite ser «adaptables» y sentirnos más o menos cómodos en circunstancias que nunca hubiésemos sospechado.
En esta capacidad de adaptación que tiene el ser humano reside, al mismo tiempo, el «truco» de la propia felicidad. No es feliz quien lo tiene todo -porque nadie lo puede tener todo; siempre hay algo que falla y, a veces, en el momento más insospechado o por circunstancias que nosotros no controlamos-. Así, no sería feliz nadie. Sí lo es, sin embargo, quien tiene lo suficiente de todo para poder tener una existencia pacífica y gratificante: habrá que ver también lo que es placentero para cada uno.
No es de extrañar, pues, que en las múltiples encuestas que se elaboran acerca del grado de satisfacción que tenemos las personas en los países más desarrollados no haya un incremento o disminución proporcional de la felicidad, por ejemplo, en función de la mayor o menor riqueza. Cubiertas las necesidades «básicas» -aunque este concepto difiera mucho entre unas y otras personas-, el aumento de la felicidad no es tal sino que prácticamente se estabiliza.
Será que la consabida frase de «salud, dinero y amor» deberá dar paso a la que incluya la percepción que el propio sujeto tiene de la felicidad que le reporta tener satisfechas estas necesidades. Si consiguiésemos incorporar esta propia satisfacción que reporta no tener que preocuparse por la salud, las finanzas o las necesidades emocionales, seguro que más de uno desearía llegar a la inmortalidad.