Del hedonismo:
Posted on enero 22nd, 2008 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
En una sociedad demasiado ocupada para pararse a pensar qué le reporta placer, hay quien sí tiene tiempo para dedicar a lo que realmente considera su fin último: el hedonismo.
Considero que no es incompatible seguir la rutina cotidiana de cada uno con la obtención de lo que más placer nos puede producir. Así, hay quien sólo vive por y para el dinero y puede lograr gran satisfacción desarrollando su profesión habitual y disfrutando del resultado que obtiene. Sin embargo, también hay quien no ve finalidad en sí en este rendimiento sino en lo que puede obtener a través del mismo.
Siendo como somos tan diferentes los seres humanos, lo que a uno produce una agradable sensación de placer, a otro puede dejarle indiferente.
Si pensamos en los grandes coleccionistas de arte que hay y ha habido en los últimos siglos, es evidente que sus colecciones eran y son fuente de placer para ellos y para quienes las disfrutan. Y no sólo el contenido en sí sino todo lo que conlleva el descubrir cada una de estas piezas y el goce estético que significan mientras que otros pueden no encontrarle ningún atractivo y, sin embargo, pueden encontrarlo en algo más mundano, como el sexo.
Experimentar placer por aficiones o actividades más o menos refinadas o, incluso, extrañas creo que depende de lo que realmente se valora en la vida. Habrá quien encuentre placer en las relaciones humanas, quien disfrute viajando, practicando deporte… y seguramente nunca se plantearán que su fin realmente sea el placer que experimentan a través de estas actividades. Lo disfrutarán sin más.
Sin embargo, también hay quien no concibe la vida más allá de la obtención de un placer que puede obtener de los modos más diversos, compartidos o no, pero, incluso, en este caso, la sensación de goce quedará limitada al tener que aceptar la finitud del ser humano, que pondrá fecha de caducidad al disfrute que puede experimentarse, por ejemplo, escuchando una melodía o disfrutando de la lectura, asumiendo, por supuesto, que nunca llegaremos a abarcar todo lo que quisiéramos porque el tiempo que no tenemos nos lo impide.