Día de pesca:
Posted on mayo 23rd, 2010 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
Como cada día, suena el despertador. Todavía son las cuatro. Es completamente de noche cuando besa en la mejilla a Clara.
Enfundado en un chubasquero que le llega hasta las botas, baja la escalera con sigilo para evitar despertarnos. Abre la puerta y ahí está Bestia, nuestra mascota, esperando para despedirse.
Papá llega hasta el puerto a paso ligero. Hace frío. Allí se encuentran todavía amarrados la mayoría de los barcos de pesca y los pescadores, somnolientos, se dirigen a sus tareas para salir cuanto antes.
Las previsiones meteorológicas no son buenas. De hecho, hace dos días que no pueden abandonar el puerto y los pescadores están impacientes por hacerse a la mar. Clara estaba preocupada anoche. No deberíais salir, le dijo a papá cuando estábamos cenando. Pero papá es un hombre de mar.
Poco a poco los barcos empezaron a abandonar la dársena donde estaban amarrados. Las luces intermitentes se dirigían a alta mar en procesión. Eran ya cerca de las cinco. Todo parecía en calma.
El “Papúa II” era un barco de tamaño mediano, ocho metros de eslora y tres de manga. Llevaba faenando años, por lo menos veinte, pero seguía siendo un barco bien conservado. A papá y a sus compañeros no les importaba pasar el fin de semana arreglando redes o pintando cualquier arañazo que el barco hubiese podido sufrir.
Después de dos días sin pescar, los tres tenían ganas de volver a la rutina. Papá siempre dice que un pescador que disfruta en tierra no es un auténtico pescador. El lo sabe bien. Acostumbrado a días de lluvia y de tormenta, sólo le asusta el oleaje que llaman arbolado.
Empezaba a amanecer cuando llegaron al punto donde acostumbraban a echar sus redes. El mar seguía todavía en calma.
Al mediodía ya habían recogido las redes y podrían haber vuelto a puerto pero no lo hicieron. La radio era la única compañía que tenían a esta distancia y nada hacía presagiar lo que ocurriría aquella tarde. Roberto hacía las veces de radiotelefonista y probablemente se habría dormido después de comer, así que no estaban advertidos de las previsiones más inmediatas. Nadie me lo ha dicho; simplemente lo sé. Papá era un hombre de mar pero nunca había sido temerario y no habría consentido poner en peligro la vida de nadie.
Por lo visto, el primer golpe de mar no había destruido el barco pero la segunda ola fue más de lo que el “Papúa II” podía resistir. No era mar arbolada sino montañosa. Nunca había oído hablar de que pudiese haber montañas en el mar.
Papá no volvió aquella noche. Clara había andado nerviosa todo el día. Parecía tener un presentimiento, como si algo no fuese bien. Nos dijeron que hacia las cinco de la tarde había desaparecido el barco del radar, que el helicóptero de reconocimiento no había podido salir hasta una hora después por la fuerza del viento. No había rastro del barco, como si el mar lo hubiese engullido. Papá estaría como en su casa, arrastrado por la corriente donde jamás lo volveríamos a ver.
Éste no había sido un día de pesca como los demás. Bestia seguía esperando detrás de la verja la llegada de papá. A la mañana siguiente, agotado, se quedó dormido.