Diario de excentricidades:
Posted on abril 17th, 2010 by henriettaPosted in General | No Comments »
Lunes, 6.30 a.m.. Suena el despertador. Henrietta se resiste a levantarse. Todo es silencio en su piso. Sólo el reloj se atreve a interrumpir sus sueños. ¿De qué sirve que me quede cinco minutos más en la cama si al final tengo que levantarme?.
Con los ojos medio cerrados, corre las blancas cortinas, que dejan ver el cielo todavía oscuro de Berna. No ha conseguido cambiar el horario que tenía cuando era profesora de historia en la Universidad. Tal vez algún día logre no quedarse dormida a las 10 de la noche.
Escucha la radio mientras siente el agua de la ducha cayendo sobre su larga melena dorada. Le gusta disfrutar cada minuto del día. Ahora que, por fin, se ha desprendido de su rutina, es una mujer feliz. Consciente de que pocas personas pueden dedicarse a lo que más les fascina, irradia una mezcla de despreocupación y alegría, que cautiva a quien la conoce.
Escribir es lo que más le gusta. De hecho, parece ser lo único que llena completamente sus expectativas. Ni el ballet, al que dedicó buena parte de su juventud, ni las relaciones humanas le producen una mínima parte del goce intelectual, que experimenta cuando se transforma en cada uno de sus melancólicos personajes. Sí, sí, melancólicos. Probablemente sean el contraste ideal a su personalidad desenfadada y risueña.
Henrietta, delgada como todas las bailarinas de ballet y, demasiado alta para ser bailarina profesional, se viste deprisa, se recoge el pelo húmedo en una coleta y se calza unas deportivas.
A sus 35 años, es ya una escritora que empieza a ser reconocida no sólo por sus conmovedoras historias sino por su arrolladora personalidad. Realista en lo que a la economía se refiere, vive, sin embargo, en un mundo propio donde no tienen cabida ninguna de las preocupaciones existenciales que pueden encandilar a otras personas.
Mientras la música sigue sonando en la radio, espera su café y sus tostadas con un puñado de nueces en la mano. En el teléfono parpadea una luz. Es Ralf. ¿Por qué seguirá llamándome más tarde de las 10 si sabe que a esa hora, a menos que él esté en casa, ya estoy durmiendo?
Ralf es algo más que un amigo, un amante, un poco de todo. De no ser por el pánico de Henrietta a las relaciones, hace años que Ralf habría dejado su pequeño apartamento y se habría mudado al centro o habrían comprado una preciosa casa al pie de las montañas, cerca de un lago, pero Henrietta se resiste, sigue soñando con su hombre “ideal”, que no le pida más de lo que está dispuesta a dar, que no invada su intimidad.