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A través del espejo

El círculo y las siete maravillas:

Posted on diciembre 18th, 2011 by henrietta
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              Steve se levantó inquieto esta mañana. Nada más levantarse vino a mi cama y me despertó con una sorprendente pregunta: “Mamá, ¿qué es una maravilla?

              Medio dormida le contesté: “Tú eres una maravilla”. Pero no parecía ser ésta la respuesta que esperaba y se quedó en silencio, pensativo.

              Al poco, decidí levantarme. Llovía. Steve seguía sentado en mi cama esperando. Me dio un cariñoso beso y se echó a reír cuando se dio cuenta de mi revuelto pelo.

              Steve volvió a insistir en si un ordenador podía considerarse una maravilla. “Por supuesto”, le dije pero hay otras maravillas, como las pirámides de Egipto.

              En aquel momento, recordé lo que había leído la noche anterior en el Diario de Madeline y habría dado cualquier cosa por poderme concentrar lo suficiente para que el círculo del tiempo nos llevase también a nosotros ante la pirámide de Keops o cualquier lugar cercano al Nilo, desde donde pudiésemos disfrutar de la única maravilla que hoy aún existe. ¿Quien sabe? Tal vez algún día. Por ahora, teníamos que conformarnos con la entretenida lectura de las aventuras de Madeline y su Diario. A ella si que el círculo le había permitido visitar los jardines colgantes de Babilonia, el Coloso de Rodas…

              Cogí a Steve y lo senté en mi regazo. Su sonrisa demostraba que sabía perfectamente que íbamos a leer un rato más aventuras de mamá.

              “Ahí estaba, -empezaba diciendo este relato de Madeline-, ante un precioso templo griego. Un hombre andaba escondiéndose entre sus columnas. Debía ser Eróstrato. Efectivamente, se trataba del Templo de Artemisa en Éfeso y aquel tipo debía intentar prenderle fuego a menos que pudiese hacer algo por detenerlo y cambiar la historia. Empecé a lanzar piedrecitas, que el hombre parecía escuchar ya que se volvía continuamente, miedoso, hasta que acabó huyendo a pesar de no poder verme. Esta vez habría que esperar a la llegada de los godos para destruirlo. Acababa de interponerme, por primera vez, en el curso de la historia.

              De Éfeso a Olimpia. La estatua de  Zeus aparecía sentada en un trono de ébano, bronce, marfil, oro y piedras preciosas. El rostro estaba enmarcado en una densa barba rizada y con la mano derecha Zeus sujetaba a la Victoria, mientras que con la izquierda sostenía el cetro con un águila. En este momento, ningún pirómano parecía hallarse cerca. Ya había sido suficiente casualidad poder evitar el incendio del Templo de Artemisa; Zeus no correría la misma suerte pero, de momento, todavía seguía en su santuario para deleite mío.

               Ahora faltaba pasar por Rodas y ver al Coloso. Esta vez poco podría hacer para evitar el terremoto que acabaría con la majestuosa estatua, al lado de la que Zeus no era sino un enano. Ni siquiera me asusté cuando el rugir del terremoto empezó a arrasar el puerto. Estaba a salvo, era invisible y no sentía ni frío ni calor ni dolor…

              Y de un terremoto a otro: el que acabó con el faro de Alejandría pero esta vez llegué a tiempo para disfrutar del fuego que brillaba en el recinto superior, para guía de navegantes.”

              Steve me escuchaba absorto, como hipnotizado.

              Todavía nos quedaban algunos saltos en el tiempo y ya me sentía agotada. No habíamos hecho más que empezar el día y Steve parecía encantado. Así que me decidí a seguir leyendo la continuación del viaje a las siete maravillas.

              “Ante mí se levantaba majestuoso el Mausoleo de Halicarnaso. Tres cuerpos, coronados por una cuadriga con las estatuas de Mausolo, el monarca, que lo hizo construir, y Artemisa, su esposa. Aún faltaban años para que llegasen los turcos a destruirlo. De momento, todo parecía tranquilo.

              Y otra vez, de una tumba a otra: Gizeh. Keops, Kefren y Mikerinos, increíble la visión de la arena bajo el tórrido sol del mediodía. Miles y miles de esclavos iban de un lado a otro transportando piedras sobre rampas interminables, con unas palancas y unos rodillos descomunales.

              De repente, desapareció el desierto ante mí y me encontré ante unas inmensas terrazas repletas de jardines con flores de todos los colores. ¡Eran los jardines colgantes y estaba en Babilonia!”                    

              Steve había pasado de estar boquiabierto al oír hablar de las pirámides a  quedarse dormido otra vez, demasiado pequeño para resistir tantos saltos en el tiempo. A lo mejor cuando volviese a despertarse, pensaría que había sido todo un sueño o no… Realmente ésta parecía una buena forma de aprender cómo ha sido la historia.

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