El círculo y las siete maravillas:
Posted on septiembre 25th, 2011 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
A ver si retomo la época de escribir cuentos, componer poesías a diario… De momento, he aquí una de las últimas improvisaciones para iniciar el curso de escritura de este año.
Steve se despertó inquieto esta mañana. Nada más levantarse vino a mi cama y me despertó con una sorprendente pregunta: “Mamá, ¿qué es una maravilla? Medio dormida le contesté: “Tú eres una maravilla”. Pero no parecía ser ésta la respuesta que esperaba y se quedó en silencio, pensativo. Al poco, decidí levantarme. Llovía. Steve seguía sentado en mi cama esperando. Me dio un cariñoso beso y se echó a reír cuando se dio cuenta de mi revuelto pelo. Steve volvió a insistir en si un ordenador podía considerarse una maravilla. “Por supuesto”, le dije pero hay otras maravillas, como las pirámides de Egipto. En aquel momento, habría dado cualquier cosa por poderme concentrar lo suficiente para que el círculo del tiempo nos llevase ante la pirámide de Keops o cualquier lugar cercano al Nilo, desde donde pudiésemos disfrutar de la única maravilla existente. ¡Qué estaba diciendo yo! Si el círculo nos permitía ir a cualquier lugar en cualquier tiempo. ¿Por qué no visitar los jardines colgantes de Babilonia o el Coloso de Rodas? Cogí a Steve y lo senté en mi regazo. Su sonrisa demostraba que sabía perfectamente que nos íbamos de viaje. Y sí, ahí estábamos, ante un precioso templo griego. Un hombre andaba escondiéndose entre sus columnas. Debía ser Eróstrato. Efectivamente, se trataba del Templo de Artemisa en Éfeso y aquel tipo debía intentar prenderle fuego a menos que pudiésemos hacer algo por detenerlo y cambiar la historia. Steve empezó a lanzar piedrecitas, que el hombre parecía escuchar ya que se volvía continuamente, miedoso, hasta que acabó huyendo a pesar de no poder vernos. Esta vez habría que esperar a los godos para destruirlo. Acabábamos de interponernos en el curso de la historia. De Éfeso a Olimpia. La estatua de Zeus aparecía sentada en un trono de ébano, bronce, marfil, oro y piedras preciosas. El rostro estaba enmarcado en una densa barba rizada y con l mano derecha Zeus sujetaba a la Victoria, mientras que con la izquierda sostenía el cetro con un águila. En este momento, ningún pirómano parecía hallarse cerca. Ya había sido suficiente casualidad poder evitar el incendio del Templo de Artemisa; Zeus no correría la misma suerte pero, de momento, todavía seguía en su santuario para deleite nuestro. Ahora nos faltaba pasar por Rodas y ver al Coloso. Esta vez poco podríamos hacer para evitar el terremoto que acabaría con la majestuosa estatua, al lado de la que Zeus no era sino un enano. Steve no parecía asustado cuando el rugir del terremoto empezó a arrasar el puerto. Estábamos a salvo, invisibles y sin sentir ni frío ni calor ni dolor… Y de un terremoto a otro: el que acabó con el faro de Alejandría pero esta vez llegamos a tiempo para disfrutar del fuego que brillaba en el recinto superior, para guía de navegantes. Steve contemplaba absorto la luz de la hoguera, como hipnotizado. Todavía nos quedaban algunos saltos en el tiempo y ya me sentía agotada. No habíamos hecho más que empezar el día y Steve parecía encantado. Ante nosotros, el Mausoleo de Halicarnaso. Tres cuerpos, coronados por una cuadriga con las estatuas de Mausolo, el monarca, que lo hizo construir, y Artemisa, su esposa. Aún faltaban años para que llegasen los turcos a destruirlo. De momento, todo parecía tranquilo. Y otra vez, de una tumba a otra: Gizeh. Keops, Kefren y Mikerinos, increíble la visión de la arena bajo el tórrido sol del mediodía. Steve se quedó boquiabierto al ver las tres pirámides erigirse en la inmensidad del desierto. Miles y miles de esclavos iban de un lado a otro transportando piedras sobre rampas interminables, con unas palancas y unos rodillos descomunales. De repente, desapareció el desierto ante nosotros y nos encontramos ante unas inmensas terrazas repletas de jardines con flores de todos los colores. ¡Eran los jardines colgantes y estábamos en Babilonia! Steve se había quedado dormido, demasiado pequeño para resistir tantos saltos en el tiempo. Era hora de volver a casa. Con un poco de suerte, pensaría que había sido todo un sueño y, sin embargo, nunca podría olvidar lo que acababa de ver. Era realmente la mejor forma de aprender cómo ha sido la historia.