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A través del espejo

El diario de Henrietta (revisón):

Posted on noviembre 30th, 2011 by henrietta
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              Soy Henrietta Meyer, escritora, suiza, 35 años, soltera, un hijo: Steve. He conseguido dar el paso de abandonar la docencia y dedicarme sólo a escribir desde que descubrí el diario de mi madre.

 

              Madeline era extraña, sin llegar a odiar al resto de la humanidad, rehuía el contacto íntimo con cualquiera. De todos modos, ahora me doy cuenta que no la había conocido bien; sólo sabía de su faceta como madre, cariñosa y complaciente, algo adelantada a su tiempo y bastante excéntrica, siempre hablando de extrañas energías, que nos envolvían aunque de forma tan sutil que ni las podíamos percibir.

              Sabía que mi padre era un tal señor Malcolm pero nada más. Ahora he descubierto que Madeline, con tan sólo veinte años, se había enamorado locamente de un excéntrico coleccionista de arte cuarenta años mayor que ella y se había ido a los Estados Unidos donde había vivido entre piezas cotizadas hasta que él falleció. Todavía yo no había nacido. Sola y temerosa de verse despojada de tanta riqueza por la primera familia de Benjamin, que así se llamaba su amante, emprendió su regreso a Suiza, embarazada y sin saber qué ocurriría en su futuro más inmediato.   

              Ahora sabía cómo había fallecido mi padre. Los recortes de periódicos que conservaba en su Diario hablaban de Benjamin Malcolm, “el rey de las subastas en Charing Cross”… “Ningún coleccionista, ningún museo había logrado antes lo que acababa de conseguir Malcolm –escribía Madeline-. Había sido como hacer un puzzle, sólo que había tardado varios años en completarlo, tantas horas invertidas en llamadas buscando la mejor oportunidad… Al fin, lo había conseguido; tenía la serie completa: todos los Charing Cross, de Monet, las pinturas más cautivadoras que he visto en mi vida. Con los años aprendí a valorar la pintura como lo hacía Malcolm. Todavía recuerdo aquel artista que me dijo una vez que la pintura impresionista sólo gustaba a los no entendidos en arte…” Leyendo el diario de mi madre empecé a entender de dónde provenía mi fascinación por la pintura.

              “Los tonos pastel nos trasladaban a un mundo de ensueño: azules, naranjas, rosas, todo un vasto colorido, simplemente irrepetible. Sabía que él se consideraba el hombre más afortunado del mundo. Para mí era fácil entenderlo. Por eso seguía conmigo. Madeline, me decía, nunca hubiera imaginado que encontraría a alguien que compartiría mi pasión por el arte como tú. Fifth Avenue, diciembre, 9, 1973”

              Pero Malcolm murió. “Era jueves en la Quinta Avenida. Ocurrió en un instante; fue todo tan sutil. Su corazón se apagó de puro gozo siendo el más dichoso de todos los hombres. Sin embargo, su llama me acompañará siempre.”, había escrito Madeline el 13 de julio de 1974.

              Y Madeline también falleció. No había sido feliz antes de conocer a Malcolm y tampoco lo fue después de su muerte. Para todos era rara, demasiado inteligente para que la entendiesen los otros niños, fascinada por lo desconocido, lo lejano, todo lo que parecía oculto, las estrellas, la noche, los jarrones chinos… y las energías sutiles. Ahora conocía su secreto mejor guardado: los viajes en el tiempo y cuanto más leía y releía su Diario más comprendía que ella nunca hubiese hablado de su “talento”, un extraño don que la llevaba a conocer los mayores hitos en la historia de la humanidad.

              Cuando no tendría más de cuatro o cinco años, ya había decidido que tenía que escapar de casa, reconocía Madeline. “Había empezado a caminar pero no había llegado lejos. Cuando estuve junto al puente, comencé a sentir frío. Me di cuenta que se haría de noche y no tenía comida ni una mantita para dormir. Miré hacia casa y pensé lo bien que estaba envuelta en sábanas limpias y ese olor tan agradable que desprendía mamá cuando me besaba antes de acostarme. Empecé a llorar y volví hacia casa. Nadie se había dado cuenta que me había ido”, escribió con su torpe letra de niña, el 21 de junio de 1940. Aquella noche empezó su larga historia de viajes intemporales.

              Con Malcolm sí fue feliz. Por fin, alguien la escuchaba con interés y, como explicaba su Diario, siempre había sido solitaria. Sólo Malcolm parecía entenderla y romper el aislamiento que la acompañó casi siempre. ¿A quién podía explicarle que viajaba en el tiempo cuando le apetecía, como si nada? Sólo a Malcolm, que, lejos de pensar que su querida Madeline estaba loca, escuchaba atento sus andanzas, como hacía Steve ahora conmigo.

              En sus últimos años debió sentirse muy sola. Yo ya no vivía con ella. Incluso dejó de escribir en su querido diario. Nunca me había explicado nada acerca de mi padre. Me costaba creer que hubiese podido encontrar a alguien que traspasase la barrera de su desconfianza. Ahora sabía que la verdadera Madeline ocultaba muchos secretos que quizás sólo su diario conocía. Tenía que intentar averiguar cómo atraer a este círculo del tiempo, que le permitía viajar adelante y atrás con tanta facilidad… ¿Tendría acaso yo este mismo “don”?

              Anochecía en las calles de Berna mientras el bullicio de los coches empezaba a apagarse. Mañana sería otro día… Ya había escrito bastante en un solo día.

              Siempre había pensado que había heredado de mi madre el temor a las relaciones -aunque todavía espero encontrar a mi hombre “ideal”, que no necesite convivir conmigo, que no invada mi intimidad ni pida más de lo que estoy dispuesta a darle-. René no parece serlo… Es algo más que un amigo, un amante, un poco de todo… Si no fuese por un extraño pánico a las relaciones, hace años que René habría dejado su pequeño apartamento y se habría mudado al centro o habríamos comprado una preciosa casa al pie de las montañas, cerca de un lago.

              Sin embargo, nunca había sospechado que mamá había conocido a su hombre perfecto pero esto no era lo más sorprendente de su Diario. Era el círculo del tiempo lo que me había cautivado y me absorbía y de qué manera. 

              Tal vez debería darle una oportunidad a René. A lo mejor a Steve le iría bien tener un padre en casa.

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