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A través del espejo

El museo del vuelo:

Posted on junio 13th, 2010 by henrietta
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              “Crecí en la época en que volar no era sino un sueño. Desde la mitología griega, pasando por las fantasías de Leonardo, hasta entonces no se había avanzado gran cosa.

 

              Sin embargo, llegaron los hermanos Wright, Orville y Wilbur, y en 1903 convirtieron en realidad el sueño de muchos: el vuelo a motor.

 

              Después vinieron otros: Amelia Earhart, Charles Lindbergh y su Spirit of Saint Louis … pero volar seguía siendo algo prohibitivo, salvo los viajes de pasajeros en dirigibles, que inauguró el conde de Zeppelín, y los primeros vuelos comerciales.

 

              De todos modos, no sólo hay historias dulces en el mundo de la aviación.

 

              Convencida de que lo que parecía una maravilla también podía fallar, me acerqué a Lakehurst, en los últimos años de mi vida, precisamente el día de la tragedia. Armada con mi cámara, me dispuse a esperar la llegada del “Hindenburg” hasta que los truenos y los relámpagos empezaron a acercarse.

 

              Sería intuición o cualquier otra cosa… Por fortuna, me perdí el dantesco espectáculo de las llamas que siguieron al chispazo después de rozar con la torre de amarre. Una espantosa explosión se dejó sentir en toda la zona. Quienes estaban cerca de la desgracia, esperando a sus familiares, empezaron a huir despavoridos y quienes vivían en las inmediaciones se acercaron a pesar de la tormenta.

 

              No vi como el “Hindenburg” se partía en dos y caía a tierra completamente destrozado, entre la confusión pero al día siguiente nadie hablaba de otra cosa. Todos los periódicos hablaban del fin del Zeppelín.

 

              Aquel día murió mi sueño de fotografiar aeroplanos, dirigibles y cualquier otro monstruo volador motorizado y lo sustituí por el placer de observar a las apacibles libélulas, los colibríes… encantados todos de servir de modelos para mis fotografías.

 

              Empecé a disfrutar de tan plácida actividad seguramente por encontrarme ya en una etapa avanzada de mi vida, en la que las inquietudes de juventud bien pueden dar paso a otros entretenimientos más sosegados y a la convicción de que la naturaleza es perfecta tal como es y el hombre no tiene que forzar, con sus inventos, la sabiduría del mundo sin asumir que la agradable visión del despegue de un aeroplano puede convertirse en pesadilla en cuestión de segundos.

 

              Tal éxito alcanzaron mis libélulas y mis colibríes, que nunca eché de menos haber abandonado la ilusión por fotografiar aeroplanos, helicópteros y cualquier otro objeto volador que pueda transportar personas, incluidas las naves espaciales. Yo ya las dibujaba de pequeña y seguro que nunca viajaré en una pero llegarán a existir y llevarán turistas al espacio. Las lanzarán como si se tratase de una bala de cañón, como aquélla en la que viajaba el barón de Münchhausen y dejarán de hablar de la ciencia ficción como si fuese cosa de locos.

 

              Y créanme es tan bello el vuelo de un insecto como puede ser el de cualquier ingenio humano. Mis libélulas y mis colibríes se han convertido en un objeto cotizado.  Vienen de todos los lugares del mundo a observarme fotografiando, a comprar mis fotografías, a ver las exposiciones que ya hace tiempo vienen sucediéndose en mi museo del vuelo. Es cierto que también llegan viajeros, que se sorprenden cuando ven bichos voladores y no aeroplanos o helicópteros. Sin embargo, se acaban quedando, complacidos por la belleza de algo tan sencillo como el placer de observar el vuelo de aves e insectos.

 

              Y pensar que los griegos veían como una utopía el llegar a volar y no eran capaces de valorar el simple vuelo de un pájaro.  

 

              No sé cuál será el futuro de mi museo ni de la aviación ni si existirán aficionados que se dediquen a ir por el mundo fotografiando estos momentos únicos en que un aeroplano se convierte en insecto gigante…

 

              ¿Y dice usted que van a verme a través de la televisión? A mí me gusta más la radio y el cinematógrafo, que es una auténtica maravilla. Seguro que algún día se podrá ver en color, igual que las fotografías, y entonces los colibríes y las libélulas se verán más alegres…”

 

         ¿Qué estás viendo Ralf?, es hora ya de acostarte.

         Mamá, una señora muy rara, que dice que nunca ha visto una televisión ni fotografías en color. ¿Crees que es muy pobre? Y también se veía una casa llena de bichos colgados en las paredes. ¿Crees que es un trabajo del cole? Y no sabe lo que es una nave espacial. Seguramente nunca ha tenido juguetes…

         Seguramente, no.

 

              “Y aquí acaba nuestro primer programa sobre la historia de los museos, filmado en New Jersey, en 1941. Les invito a ver nuestro próximo episodio dedicado a la guerra de las galaxias”.

 

              – Ralf, esta señora vivió hace muchos años. Yo todavía no había nacido. Entonces no existía ni la fotografía ni la televisión en color. Tampoco jugaban con naves espaciales pero podían entretenerse haciendo cosas raras, como colgar bichos en las paredes. Y ahora a dormir, que es muy tarde. Espero que esta noche no sueñes con televisiones voladoras. Ya sabes que sólo vuelan los aviones y las naves espaciales. Los bichos de los que hablaba la señora hoy no existen.

         

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