El porqué de la reencarnación:
Posted on octubre 29th, 2007 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
Aunque no siempre parezca lo más adecuado plantearnos temas más o menos profundos, lo cierto es que es inevitable que, de vez en cuando, pasen por nuestra mente. Así, escuchamos hablar o leemos sobre materias que podemos pensar como una especie de “rompecabezas” porque sencillamente no podemos darles una solución unívoca.
La reencarnación sería una de estas cuestiones sobre la que es imposible que nos pongamos de acuerdo porque hay tantas opiniones como cabezas pensantes. Sin embargo, sí es cierto que cada uno parece creer que tiene la solución definitiva a este tipo de asuntos o, al menos, que su opinión es la mejor y más fundada. Yo, humildemente, dudo mucho saber cuál es la respuesta más adecuada pero sí estoy convencida de que todos creen firmemente en su “verdad”.
Nunca me ha preocupado si es aceptable o no la reencarnación. Creo que estamos en este mundo para vivir la vida que nos ha tocado. Sin embargo, cuando escucho a alguien hablar del tema no puedo evitar pensar cuál es la causa que lleva a algunas personas a creer en la reencarnación.
¿Será que hay quienes piensan que poner límites temporales a la propia vida es acotar demasiado al ser humano y ello les lleva a considerarse trascendentes y pensar que, en algún momento y en algún lugar, vivirán mejor que actualmente? No creo que haya una respuesta única pero es probable que sea ésta una de las que pasan por la cabeza de quienes sí creen en la reencarnación.
Tal vez sea también un modo de evitar “cosificar” a la persona y entender que inmediatamente después de abandonar este mundo ya estará viviendo en otro lugar y mejor que antes. ¿Será que nos cuesta aceptar que siempre haya un fin para todo lo que ha tenido un comienzo? En el fondo, lo lógico es que todo lo que empieza también acabe, de uno u otro modo, de manera voluntaria o no. ¿Por qué la vida tendría que ser distinta?
En definitiva, considero que hay asuntos sobre los que nunca llegaríamos a un acuerdo si quisiésemos que una sola postura imperase y de los que podríamos estar hablando horas y horas, o escribiendo páginas y más páginas, para llegar al mismo lugar del que partimos: la discordia, sin que por ello decrezca, no obstante, el interés en la materia.