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A través del espejo

Escena sobre despistes:

Posted on febrero 18th, 2011 by henrietta
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              ¿Tantos curiosos en la calle? Habrán atropellado a alguien, pensé. Somos tan cotillas en este país.

              Dos grupos de mirones estaban parados a ambos lados de la calle. No fue hasta que me acerqué un poco más y vi el camión de bomberos cuando me di cuenta que no se trataba de ningún atropello. ¡Era mi casa! De la ventana de la cocina salía una espesa humareda.

              Empecé a correr hacia el portal pero un policía me bloqueó el acceso.

–         No puede entrar, me dijo. Ha habido un incendio.

–         Es mi casa lo que se está quemando, grité.

              El policía no parecía querer apartarse.

–         Está todo controlado, me dijo. Sólo ha sido en la cocina.

              La multitud de curiosos seguían ahí, esperando. ¿Por qué no se irían tranquilamente a sus casas?

              Iván estaba en la guardería y Adrián no volvía a casa hasta la noche. Yo sólo quería entrar en casa y ver qué había ocurrido. ¿Habría sido otro de mis despistes?

              Una vez dejé una sartén en el fuego y me pasé casi una hora al teléfono. Cuando regresé a la cocina, por supuesto, las salchichas se habían convertido en una masa negruzca y pegajosa. Pero no pasó de ahí. Sin embargo, esta vez parecía más serio.

              Los bomberos empezaron a salir del edificio. Ya no salía humo por la ventana, que tenía un aspecto lamentable, con restos de cristales rotos y sin cortinas. El rosa de las paredes había desaparecido y se veía todo sucio. El olor era también desagradable.

              El policía les indicó que yo era la propietaria de la vivienda.

              “Será recomendable que la próxima vez que cocine no se deje la cacerola al fuego”, me dijo uno de ellos, con cara de pocos amigos. “Esta vez ha tenido suerte porque no hay gas en el edificio pero estos descuidos suelen ser fatales”.

              Yo seguía ahí, de pie, medio atontada, sin saber muy bien qué responder. No recordaba haber dejado ninguna cacerola al fuego aunque, claro, esto no era nada extraño ya que no era la primera vez que me ocurría.

              Lo único importante ahora era subir y ver qué había ocurrido. No quería llamar a Adrián antes de comprobarlo.

              En la escalera olía a chamusquina. La puerta estaba abierta de par en par. Todo parecía seguir en su lugar, ni rastro de que una colección de bomberos habían paseado por la vivienda. De hecho, parecía que habían extinguido el fuego a través de la ventana. La cocina estaba completamente hecha un desastre. El olor a quemado era realmente asqueroso. Incluso el techo estaba ennegrecido. La cocina estaba totalmente destrozada igual que el lavavajillas y la lavadora.

              No pude evitar una frustrante sensación de impotencia. Estaba claro que aquella noche no podríamos dormir en casa. Adrián no diría nada; estaba acostumbrado a convivir con mis despistes pero qué pasaría con Iván. ¿Y si u día en uno de mis despistes le pasa algo? Como aquella vez que me dejé el coche abierto, con las llaves puestas, las ventanillas bajadas y la música a tope, como si hubiese un cartel que dijese: “Róbame, mi dueña me ha abandonado”.

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