A través del espejo

Cuando escribimos habitualmente, nos damos cuenta de la cantidad de ideas perdidas que pasan por nuestra mente y no podemos aprovechar.
 
Es una sensación parecida a la que tenemos cuando estamos haciendo cualquier cosa y, de repente, pensamos que tendríamos que hacer otra y, entonces, o bien seguimos con lo que estamos haciendo y probablemente olvidemos lo que acabamos de recordar o, al contrario, dejaremos la tarea que nos ocupaba para hacer esta última y ya no nos acordaremos más de que hemos dejado, a medias, otra.
 
Últimamente, será el cambio de estación o a saber, me vienen ideas para escribir mientras duermo. Si no tuviese otra cosa que hacer, seguro que sería, incluso, divertido levantarme a cualquier hora de la noche y ponerme a escribir pero, como el despertador no perdona, acaban convirtiéndose en buenas ideas que se quedan en el camino porque rara vez las recuerdo al despertar.
 
Sin embargo, no deja de ser frustrante dejar pasar ideas que, mejores o peores, son mías y difícilmente repetibles. De todos modos, es el orden de prioridades que nos fijamos nosotros mismos el que hace que aprovechemos una cosa en detrimento de otra y, al final, acaba siendo más importante descansar que convertirme en una noctámbula pegada a un papel y un lápiz.
 
Lo peor de estas ideas, llamémosles inorportunas, es que no llegan a convertirse en lo que deberían ser. Mutatis mutandi, en estos días que hemos escuchado hablar de una ampliación de los supuestos del aborto, serían «personitas» que no llegarían nunca a desarrollarse como tales. La comparación puede considerarse más o menos acertada pero la interpretación seguro que es fácilmente inteligible.
 
En uno y otro caso, quiero pensar que alguien echará de menos estas ideas pasajeras o las personas que no llegarán a serlo, aunque, en este último, muchos prefieran no verlo así por aquello del «ojos que no ven, corazón que no siente».