Juicios paralelos:
Posted on diciembre 14th, 2007 by henriettaPosted in Columnas | No Comments »
A menudo, para evitar pensar demasiado en cualquier trama que nos explican,
tendemos a aplicar el refrán que dice: «Cuando el río suena, agua lleva».
Es cierto que, en ocasiones, es así pero no siempre. Haciendo caso a la
consabida frase, hay quien se fía de todo tipo de habladurías sin meditar
mínimamente si lo que se está diciendo es cierto o no. Que a menudo lo es,
cierto pero, ¿por qué no conceder el beneficio de la duda cuando hay
posibilidad de hacerlo?
No olvidemos que acusar a una persona de cualquier actuación puede traer
consecuencias indeseables si no es cierto lo que se dice. Es muy fácil
desprestigiar a una persona por medio de supuestas conductas, por ejemplo,
de mobbing, acoso sexual… Fácilmente pueden venirnos a la mente casos
similares en los que una vez se sacan a la luz el daño ya está hecho sin
esperar siquiera a que se resuelva si es cierto o no. No podemos culparnos
exageradamente por ello ya que es consustancial al ser humano creer en otro
refrán: «piensa mal y acertarás». Sin embargo, injusto sí lo es.
La irrefrenable pasión que nos caracteriza a los latinos nos impide adoptar
actitudes de mayor prudencia, más propio de otras culturas, pero no de la
nuestra, que nos permitan adoptar la «presunción de inocencia» que defiende
nuestra Constitución. No me estoy refiriendo exclusivamente al ámbito
judicial sino en general a cualquier situación que tenga cabida dentro de
la aplicación del principio. Si somos capaces de evitarlo o no, es cuestión
distinta pues es lógico pensar que la inteligencia sirve para algo más que
para aprender y entender lo que aprendemos sino también para optar entre
una conducta u otra, una actitud o la contraria aunque no siempre acertemos
pero aun en este último caso no será nuestra inteligencia la que nos falla
sino otras circunstancias sobre las que nosotros tenemos escaso control y
encontramos predispuestas sin poder evitar.
Volviendo, no obstante, a los juicios paralelos, deberíamos plantearnos
hasta qué punto tenemos legitimidad suficiente nosotros para juzgar las
conductas de los demás si no somos quienes debemos hacerlo y, además, hasta
qué punto se puede abusar de acusaciones -con más o menos fundamento-para
hundir a otros ilegitimamente. Aprendamos de nuestros errores que, a
menudo, buena falta nos hace y aunque estemos de vacaciones, nunca es mala
época para autocriticar nuestras propias actitudes -o las ajenas-.