A través del espejo :: Blog literario… y más

A través del espejo

«La mirada del diablo»:

Posted on mayo 4th, 2009 by henrietta
Posted in Un poco de todo | No Comments »

– ¿El tercer contable que nos roba en menos de un año? No lo puedo creer.
– Así es. Se le cayó un fajo de billetes de un magazine cuando salía anoche. Tampoco yo podía creerlo.

Después de esta conversación, James se encerró en su despacho. Empezaba a sospechar de su socio pero no tenía pruebas. Demasiadas casualidades: tres contables despedidos en un año…

James y Arnold eran socios desde hacía más de veinte años. Dos triunfadores dedicados al transporte marítimo: cruceros, transporte de mercaderías, pasajeros… Los cruceros se habían convertido en su trampolín al éxito desde que habían dejado de ser un “lujo” y se habían convertido en un capricho al alcance de casi todos.

Sin embargo, Arnold no parecía el mismo durante el último año, precisamente cuando empezaron los problemas con los contables: siempre ansioso y malhumorado.

James empezó a salir más tarde de su despacho cuando el nuevo contable llegó. Parecía un buen hombre, serio y responsable. Para Arnold no pasó desapercibido este cambio de hábitos. James parecía esperar que él saliese del despacho cada noche. ¿Para conversar con él a solas? 

– Pareces preocupado últimamente, le dijo James una tarde.
– ¿Preocupado?, contestó Arnold. No. Becky me espera.

Arnold salió sin dar más explicaciones.

Era lunes por la tarde y Arnold había andando todo el día entrando y saliendo del despacho del nuevo contable. James no había podido evitar darse cuenta y, a media tarde, le dijo a Arnold que tenía que irse pronto. Sin embargo, después de ir al lavabo, volvió a su despacho, donde se encerró con la luz apagada hasta las 5, hora en que Spencer, el nuevo contable, terminaba su jornada.

Eran las 5.15 y James escuchó ruido en el despacho contiguo, el de Spencer. Abrió la puerta sin disimulo y pudo ver a James colocando un fajo de billetes en el cajón superior de la mesa de Spencer.

Arnold, que escuchó los pasos de James a su espalda, no pudo reaccionar a tiempo y sólo acertó a cerrar el cajón. Demasiado tarde. James lo había visto todo.

Sin pedir ninguna explicación, James se quedó mirando a su socio fijamente. De repente, aquél rompió en llanto, temblando como una hoja mecida al viento.

– He vendido mi alma al mismísimo diablo, sollozó Arnold.

James, que nunca habría imaginado encontrarse en aquella situación, no sabía como reaccionar. Había tenido una vida demasiado fácil para poder entender que alguien estuviese tan desesperado para robarse a sí mismo.

Arnold no pudo seguir ocultando su tragedia por más tiempo y empezó a explicar:

– es Jack, mi hijo; me chantajea desde que me descubrió con Annette. Ya sabes que la fidelidad nunca ha sido mi fuerte… Becky es demasiado autosuficiente para hacer feliz a un hombre. Nuestro matrimonio siempre ha sido una farsa pero Jack parecía no haberse dado cuenta de nada.

Estoy desesperado, siguió explicando Arnold, con la mirada perdida… Si no le doy todo el dinero que me pide para cocaína, descubrirá a Becky mi aventura y eso será el principio del fin. Bien sabes que yo no tenía nada… De no haber sido por Becky nunca habríamos empezado este negocio.

James empezaba a entender.

– Los pactos con el diablo nunca han sido ventajosos. ¿No has leído Fausto?, preguntó James.

Arnold siguió sollozando…

James veía cómo se desmoronaría su negocio si Becky llegaba a saber de las infidelidades de Arnold que él, por otra parte, conocía desde su juventud… Nadie es perfecto. También conocía a Jack, un niño malcriado y tan consentido que era capaz de destrozar un coche sólo por el placer de ver cómo su madre corría a comprarle otro.

– Hay que hacer algo con Jack, dijo James. No siempre el diablo puede salirse con la suya.

Después de esta confesión, Arnold pareció más relajado. Su expresión no era la del Arnold de hace un año, relajado y seguro de sí mismo pero sí la de un hombre que acababa de desnudar su alma y de librarse con ello de un gran peso. 

– ¿No sabes que los pequeños demonios se convierten en auténticos diablos cuando crecen?, dijo James.

Arnold no sabía qué responder… Nunca había prestado demasiada atención a Jack y ahora estaba pagando su falta.

– No tengo otra opción, se lamentó Arnold.

– Sí, por supuesto que la tienes, contestó James. Si Jack tiene un problema, hay que solucionarlo. No puedes venderte al diablo; eso sería firmar una rendición. Tienes que hablar con Jack y conseguir que ingrese en un centro de desintoxicación. La culpa la tiene Becky, siempre consintiéndolo. ¿Acaso no habías percibido en sus ojos la mirada del mismísimo diablo? Arnold, ¿cómo pudiste ser tan ingenuo?

Realmente, Arnold no tenía ninguna explicación. Parecía más relajado… Sin embargo, el problema seguía allí. Había que hacer algo: ¿un centro de desintoxicación? Sí, ésa parecía ser la solución pero ¿qué diría Becky? ¿Y si Jack explicaba el secreto que tenía tan bien guardado? Siempre podía decir que se lo había inventado en un intento de vengarse de él. ¿Tendría pruebas? Lo dudaba; Jack no era precisamente lo que se puede llamar un tipo inteligente.

Arnold abrazó a James. Nunca podría haber imaginado que un socio pudiese llegar a ser un gran amigo ni que tener al diablo tan cerca fuese posible.

Jack acabó ingresado en un centro de desintoxicación; Becky se divorció de Arnold, a quien culpaba de las desgracias de su mimado hijo Jack, pero Arnold continuó feliz con Annette, con sus negocios y con su socio James. No siempre el diablo puede salirse con la suya.

Leave a Reply

Name

Mail (never published)

Website