A través del espejo :: Blog literario… y más

A través del espejo

«La montaña dorada»:

Posted on mayo 3rd, 2009 by henrietta
Posted in Un poco de todo | No Comments »

Nunca había visto algo igual antes. No lo había podido ver, claro, porque era imposible que existiese.

              Estos pensamientos eran los que pasaban por la cabeza de Ken cuando vio la inmensidad de riquezas que se hallaban ante sus ojos.

              Por alguna razón, no es habitual encontrar paraísos perdidos. Si fuese frecuente, ya no serían paraísos. Pasarían a ser lugares comunes, habitados y visitados por cualquiera. No, no podía ser real lo que creía ver. Los espejismos sólo ocurren en el desierto y, sin embargo, no había desierto a la vista. Sólo la inmensidad del mar, el silencio…

              Todo aquello tenía que ser real. Oro y más oro, rubíes, esmeraldas, diamantes… Sus ojos resplandecían. No podían ser visiones, no era un sueño. Ken se pellizcó suavemente una mejilla para convencerse de que no estaba dormido ni muerto. A saber si sería todo aquello lo que parecía y si no lo era, nunca había podido imaginar que existiese un colorido igual, tanta riqueza, real o aparente.

              Apenas podía moverse, paralizado por una fuerza invisible, que no quería dejarle acercarse a la montaña que se levantaba ante él.

              Ken no podía recordar cómo había llegado allí. Sólo recordaba a Amy, tomando el sol en una de las cubiertas de su velero. Amy, ¿qué habría sido de ella? Unas gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, incapaz de disfrutar de todo lo que veía ante sus ojos.

              Tenía que regresar pero a dónde. No podía irse sin sentir, entre sus manos, el valor del dinero.

              Empezaba a anochecer. No podía esperar a mañana. Sin saber cómo, Ken consiguió avanzar unos pasos. De repente, sin embargo, pensó lo extraño que era encontrar tanta riqueza sin que nadie antes la hubiese hallado o, tal vez, y sería peor, sí había habido alguien que hubiese llegado a aquel paraje idílico pero no podía haber llegado a la montaña ni había podido huir de allí. ¿Qué habría ocurrido?

              Estos pensamientos no consiguieron hacerle olvidar la necesidad de estrechar tantas joyas entre sus dedos. Unos pasos más fueron suficientes para encontrarse al pie de la montaña. No era tierra lo que la formaba ni árboles los que se hallaban al alcance de su mano.

              Ken se arrodilló y, sin creer lo que tenía ante sí, empezó a acariciar las formas relucientes que allí le esperaban. No era un engaño ni fruto de su imaginación. Poco a poco, empezó a coger algunas de las brillantes figuras: diamantes sí, no cabía duda alguna.

              ¿Cómo podría huir llevándose consigo todo lo que estaba viendo? ¿Cómo podría lograr que Amy pudiese lucir alguna de las maravillosas joyas que tenía ante sus ojos? No, imposible vivir tantos años para poder vestirlas todas.
              De repente, Ken se sintió solo. Cada vez entendía menos cómo podía existir un lugar así, dónde se encontraba, cómo podía haber llegado allí. Ni siquiera podía disfrutar de lo que parecía llovido del cielo. Nadie podía haber transportado tanto oro ni tantas joyas como él estaba viendo. Ni todos los ladrones del mundo podrían haber robado todo lo que allí se encontraba.

              Un escalofrío recorrió su cuerpo, agotado. Entonces, Ken decidió empezar a subir por la montaña dorada, como debería llamarse aquel lugar. Sin embargo, no parecía fácil. No estaba al alcance de un joven poco dado a las aventuras, así que optó por intentar rodear la inmensidad de riqueza que tenía a sus pies.

              Cada vez era más de noche y Ken tuvo que detenerse. No veía más allá de unos metros; la oscuridad era más y más intensa y decidió estirarse junto al pie de la montaña. Curioso nombre para un hallazgo tan valioso, pensó.

              Mientras, Amy aguardaba impaciente que Ken volviese de la cubierta. Era hora de cenar. Rara vez Ken se retrasaba si no era por culpa de sus obligaciones profesionales.

              Parecía que aquella sería una noche larga. A pesar de la ligera brisa que llegaba del mar, Amy no podía fijarse en el cielo estrellado ni en los fuegos que surcaban el cielo a lo lejos. Empezó a preocuparse.

              No siempre podían disfrutar de unas merecidas vacaciones en un paraíso de ensueño. Amy no pensaba bajar a tierra hasta que tuviesen que regresar al aeropuerto. Hacía años que no conseguían huir de las obligaciones para refugiarse en su paraíso: “Shoes”, extraño nombre para un velero. Rara vez podían escapar y esconderse en él días y días, disfrutando del sol, del mar en calma…

              Amy salió a cubierta. Ken seguía tumbado. Hablaba de montañas doradas, de diamantes… Ni en vacaciones podía olvidar su trabajo, pensó Amy. Difícilmente, podría imaginar ella las fantasías que estaban pasando por su cabeza. Amy se acercó, creyendo que estaba hablando por el móvil, y, sin embargo, Ken estaba dormido. Por Dios, en qué estaría pensando. Hablaba de oro, esmeraldas… 

              Amy miró a Ken, unos instantes hasta que, por fin, dejó de hablar en sueños y recordó las palabras que le dijo su padre el día que Ken le pidió su mano: “Ama a las personas que te tratan bien y olvídate de las que no lo hacen”. Le acarició suavemente una mejilla y Ken abrió los ojos, entre sorprendido y soñoliento.

              – Es hora de cenar, le dijo Amy. Ken apenas podía creerlo. Había estado durmiendo toda la tarde y, sin embargo, su sueño parecía tan real. Miró a su alrededor sin ver rastro alguno de la montaña dorada, sólo la inmensidad del mar y la música, que llegaba de tierra.

              – Sí, vamos a cenar, dijo Ken, dudando si explicarle a Amy que tenía una nueva idea para su próximo film: “La montaña dorada”.

              – Creo que tienes que explicarme algo sobre una montaña dorada, dijo Amy, ante la mirada risueña de Ken, que no pudo evitar sonreír pensando que ya le había explicado su nueva idea, incluso en sueños.

Leave a Reply

Name

Mail (never published)

Website