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Posted on diciembre 5th, 2010 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
Cenó viendo una película. Nada del otro mundo, una de esas producciones americanas de antiguos amigos, que se reencuentran pasados los años para comprobar que ya no queda nada de esa amistad, que consumió el tiempo, y hacer añicos esos recuerdos idealizados que, a veces, quedan.
Cuando ya iba a acostarse, sonó el teléfono. Ese número le era familiar… Era Eric. ¡Vaya sorpresa! ¿Para qué llamaría tantos meses después? Eric había sido uno de esos amigos a los que piensas que tendrás siempre cerca, para todo. Parecía providencial que llamase cuando acababa de ver aquella película…
Al final, descubres que todo era un espejismo, una fantasía fruto de la ilusión de vivir algo bonito. Sin embargo, la vida te devuelve, a menudo, a la realidad, a una existencia plagada de egoísmos, donde las personas sólo piensan en satisfacer las necesidades de su ego pisoteando a los demás. ¿Realmente pensaba Eric que podía arreglarlo ahora?
El teléfono se quedó sonando…
Se despertó por la mañana. Tomó una ducha rápida y salió sin desayunar. Había pasado una mala noche. Los recuerdos del pasado no le habían permitido descansar; apenas había pegado ojo.
Pasó por la puerta de su antiguo colegio, camino del trabajo, como todas las mañanas, pensando, no sin cierto pesar, en todos aquellos “amigos” que pasan por nuestra vida y, de repente, desaparecen. Al estilo de la película de la noche anterior, la relación con Eric había pasado por las mismas fases. Primero fue el amigo ideal, detallista y encantador. Al final, la distancia dio lugar al olvido y a un extraño recuerdo, que era mejor no reavivar. ¿Por qué habría llamado Eric si ya nada podía ser igual?
Entre pensamientos melancólicos, transcurrió la mañana. Fue a comer al sitio de siempre; todo parecía impedir olvidar a Eric… Tantas veces habían comido en el mismo lugar antes de que él volviese a Londres… Hacía tiempo que sabía que eso no volvería a ocurrir… No todos merecen segundas oportunidades y Eric realmente no la merecía.
Decidió volver a casa caminando, después de una larga jornada de trabajo en la que poca atención había prestado a nada ni a nadie. Llegaría a su acogedor apartamento, pondría música mientras preparaba una cena ligera y desearía de todo corazón que cuando sonase el teléfono, nunca más apareciese el número de Eric y, así, podría, por fin, cerrar un capítulo de su vida que habría sido mejor nunca haber vivido.