Más pinitos escrituriles:
Posted on diciembre 27th, 2010 by henriettaPosted in Un poco de todo | No Comments »
Estoy convirtiendo a Sam en el protagonista perruno de un cuento, que intenta ser tradicional. Cuando esté acabado, podré juzgarlo mejor. De momento, dejo aquí el desarrollo..
Peter y Olga esperaron en silencio hasta que Sam acabó de pintar. Tenían que asistir a una inauguración en la galería “Storm” donde habían celebrado la primera exposición de su mascota: veintidós lienzos, que entusiasmaron a los asistentes.
Aquella noche no era él la estrella pero tampoco parecía necesitarlo. A veces, Sam miraba distraído a otros perros con los que se cruzaban por la calle o, incluso, desde el coche. Ninguno de ellos parecía tener una habilidad especial pero caminaban o correteaban libres junto a sus dueños. A Peter y a Olga no les había pasado desapercibido el interés que mostraba por sus semejantes. Incluso, en alguna ocasión, habían hablado sobre la posibilidad de renunciar a su vida urbanita y alejarse a un lugar solitario donde pudiese corretear a sus anchas, cerca de un lago, en el bosque y disfrutar de la compañía mutua pero nunca se decidían. Su vida era demasiado cómoda para decidirse a cambiarla. Ninguno de los dos sospechaba que esa noche ocurriría algo que les obligaría a dar el paso.
Cuando llegaron a la galería, numerosas cámaras empezaron a enfocarles. Era imposible para Sam pasar desapercibido. Incluso parecían demostrar más interés por el can que por la propia artista, que, tal vez, sabiendo que el público estaría más pendiente de su invitado de honor que de ella misma, iba acompañada por una caniche vestida o más bien disfrazada de pulpo. Peter y Olga miraron horrorizados a la pobre perrita, que apenas podía moverse y tropezaba a cada paso con una especie de peluca rosa, que simulaba las patas del pulpo.
Tan sorprendidos se quedaron de ver a Dana sometiendo a su preciosa perrita a tal ridículo, que pronto abandonaron la fiesta. Sam no había mostrado el más mínimo interés por ese pobre animal vestido como un auténtico espantapájaros. Tal vez no había podido ni identificarla como un semejante.
Peter y Olga empezaron a darse cuenta de lo ridículo de que a alguien le guste usar a sus pobres mascotas como víctimas, disfrazadas del modo más ridículo, peinadas como auténticos monstruitos, con adornos selváticos o semejantes a pulpos, como la pobre Dana, hasta provocar el horror de quienes se cruzan en su camino. Después de todo –piensan- hay quien gusta de llamar la atención por motivos estrafalarios y utilizar a una mascota con este objetivo puede estar entre las aficiones de quienes no saben qué es tener sentido del ridículo.
Los dos se sentían mal no por haber hecho parecer ridículo a Sam sino porque, inconscientemente, sabían que habían disfrutado de lo lindo siendo los propietarios de una celebridad. No habían dudado, en ningún momento, en asistir a todas las fiestas que habían tenido lugar en honor de Sam. Lo habían exhibido ante el público como si de un humano se tratase. No habían tenido nunca en cuenta que a lo mejor Sam no deseaba ser admirado ni fotografiado a lo largo y ancho del país y que, tal vez, habría deseado ser una mascota anónima, que pudiese pasar el rato tumbado en el jardín o entretenerse ladrando a los gatos vecinos o dando paseos por el parque, corriendo detrás de algún pájaro despistado.
Ninguno pudo pegar ojo aquella noche. Tal vez temían sufrir pesadillas soñando con perros disfrazados, rebelándose contra sus dueños.
A la mañana siguiente, Peter y Olga desayunaron en silencio. Parecía haber llegado el momento de tomar una decisión y dejar que Sam viviese como un perro normal, lejos de personas que veían a los animales como una anécdota y no como un ser vivo, susceptible de sufrir el ridículo al que sus dueños podían querer someterlos. De hecho, aunque ellos nunca habían pretendido utilizar a su mascota para satisfacer su ego, sí habían sido conscientes que los medios lo habían explotado y, en el fondo, se sentían cómplices de suministrar al mundo tal diversión.