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A través del espejo

Pendiente de revisión:

Posted on diciembre 15th, 2011 by henrietta
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Henrietta en el Polo:

 

Steve y Henrietta se encontraron de repente sobre una fría superficie. Todo lo que les rodeaba era hielo y nieve. Incluso el cielo era blanco. No había duda alguna que estaban en uno de los polos. No se veía ningún ser vivo, ni animal ni humano, ni cerca ni lejos. Aunque realmente no podían ver muy lejos debido a la ventisca, que hacía que la nieve se levantase y dificultase moverse con comodidad.

Henrietta cogió a Steve de la mano para evitar perderse en la ventisca, que casi les impedía ver dónde se hallaban. De repente, Henrietta topó con un palo que se encontraba frente a ella, clavado en el hielo. Eso significaba que otras personas habían etado ahí antes. El palo no podía haber llegado solo. A pesar de la escasa luz, Henrietta pudo ver la bandera que ondeaba en la partes superior del mástil: ¡era la bandera noruega! No cabía duda alguna que estaban en el Polo Sur.

Henrietta empezó a explicarle a Steve que habían ido a parar al extremo sur del planeta, un lugar fascinante que se había resistido a ser conquistado. Probablemente, hacía poco que Roald Amundsen y sus hombres habían llegado. Sería en el mes de diciembre de 1911.    

Steve escuchaba con los ojos muy abiertos a Henrietta, que le hablaba de un señor llamado Shackleton, un irlandés que fracasó en su intento de llegar a la Antártida. Había numerosas fotografías de aquel viaje, que le prometió enseñarle nada más volver a casa. Pero Shackleton no había sido el primero en aventurarse hacia el continente blanco. Ya en el siglo XVIII el británico Cook se había acercado al litoral antártico. Después, franceses, americanos, noruegos, belgas, alemanes, suecos, australianos… partieron hacia la Antártida, buscando ballenas unos o simplemente atraídos por lo desconocido, con fines exploratorios y científicos.

Sin embargo, fue Amundsen quien finalmente colocó la bandera que tenían justo a su lado aunque no había ni rastro de los expedicionarios. De repente, Henrietta, que había avanzado un poco, animada porque parecía amainar la fuerte ventisca, se detuvo en seco ocultando a Steve, que estaba muerto de frío. Se agachó y recogió un libro. Sólo podía tratarse del diario de Scott, que murió en su intento por llegar a la Antártida. Sin embargo, ni el cadáver de Scott ni ninguno de los miembros de ninguna de las dos expediciones, que coincidieron en el polo sur se veían por ningún lado. Steve tiró del pantalón de Henrietta: “Mamá, tengo mucho frío”. ¿No me habías dicho que en estos viajes nunca pasaríamos ni frío ni calor?” Henrietta miró al pequeño, que tenía carita de cansado, le abrazó dulcemente y, de repente, notaron que el ambiente blanquecino que les rodeaba parecía alejarse como a través de la bruma.

Henrietta y Steve se encontraron en el saloncito de su casa, donde la chimenea seguía encendida, como antes de su viaje.

Steve temblaba de frío o de miedo, o de las dos cosas.

Henrietta lo envolvió en una manta mientras se dirigía a la cocina, con intención de preparar un chocolate caliente. “Ya no tengo tanto frío, mami”, dijo Steve. ¿Sabes?, he pasado mucho miedo; no veía nada; pensaba que íbamos a perdernos llevados por el viento. Yo no quiero volver a viajar; no quiero tener miedo otra vez”. Henrietta le prometió ir ella primero la próxima vez y comprobar que no había nada que lo asustase. Luego volvería a buscarlo, le dijo mientras acababa de remover el chocolate recién vertido en la taza de Steve. Él sonrió encantado. Estaba estirado en el sofá, sobre una mantita y al calor de la chimenea, se quedó completamente dormido ante la atenta mirada de Henrietta, que se había sentado en el suelo, sobre una alfombra, también agotada y con las dos tazas de chocolate en la mano.

La próxima vez debía ser más cuidadosa. Después de todo la idea de estos viajes era enseñar a Steve, no asustarle. El día que viajase al Polo Norte tal vez sería mejor ir sola. Y también se durmió.

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