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A través del espejo

Relato, segunda parte:

Posted on abril 24th, 2010 by henrietta
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              Allí estaba, tendida en el suelo junto a un charco de sangre. Las sirenas repiqueteaban en mis oídos. Las lágrimas apenas me dejaban ver. Fue todo tan rápido. Cuando sonó mi móvil, intuitivamente lo sabía. Hacía tiempo que venía esperando el final, impotente. Nada podíamos hacer.

 

              Me caí, mareado, no se qué pasó después. Todo se nubló.

 

              Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, recuerdo su felicidad cuando le comunicaron el nombramiento diez años atrás. Siempre había sido tan competente. Se lo había ganado. Merecía ser más que nadie Directora General.

 

              Luego vendría el infierno: primero las imputaciones, las declaraciones… Los juzgados se convirtieron en su pesadilla. Todo fruto de las envidias, que habitan en muchas organizaciones, y en política aun más.

 

              “Realmente, no todo el mundo tiene lo que se merece en esta vida.” Fue el escaso consuelo que obtuvo de un psiquiatra, amigo nuestro, cuando empezamos a frecuentar su consulta. María no encontró el apoyo que esperaba. No podía asumir que era mala suerte, así, sin más. Luchadora innata, no entendía que hay circunstancias que no siempre controlamos.  

 

              Noches en blanco durante meses acabaron con ella. Ni yo ni los niños, nada parecía importarle ya. Apenas hablaba. El escándalo entre los vecinos fue monumental. No podíamos salir a la calle sin sentirnos observados, víctimas de las críticas de todos. Sin embargo, no habíamos pensado que llegase el momento de preparar su funeral.   

 

              La sentencia precipitó los acontecimientos. Seis inmerecidos años. Sus superiores habían podido librarse descargando su responsabilidad en pruebas falsas que la inculpaban: contratos preparados para que todos los celos de la Conselleria hiciesen diana en ella.

 

              Era más de lo que un ser humano sensible y tan perfeccionista como María podía soportar. No quiso leer ningún titular. Podía imaginarlos. Ése fue el primer día en que nadie vio las noticias en casa.

 

              Sólo quedaba recurrir pero las esperanzas, según su abogado, eran escasas. Las pruebas parecían claras a ojos de todos, menos de María. Ella sabía que nunca había firmado nada sin leerlo antes, no reconocía su firma en ninguna de aquellas adjudicaciones. Se lo había dicho tantas veces: “tu firma es muy fácil de imitar”. Parecía una pintura surrealista, digna de enmarcar pero tan simple.

 

              Ya no hubo tiempo para recursos.

 

              El día del funeral fue terrible. Ahí estaban algunos de los que habían abocado a María a este fin. ¡Cuánta hipocresía! Con caras largas pero vivos. ¿Cómo se habían atrevido a venir?, ¿por curiosidad? Nunca más cruzamos una palabra con ninguno de sus antiguos compañeros. Fue el último día que los vi.

 

              Continuar en aquel pueblo no era una buena idea, no por mí. Por los niños. ¿Cómo podían crecer rodeados de miradas y cuchicheos de los vecinos? Cuando ellos aparecían, se hacía el silencio y sus compañeros se apartaban. Pronto llegó el verano y con él, la marcha.

 

              Los chicos han intentado superarlo a su manera. Rara vez se enciende el televisor en casa. Será difícil borrar los malos recuerdos pero la vida sigue a pesar del vacío que crean estos escándalos. Y el sistema continúa, sin enmienda posible, sin llegar a descubrir nunca la verdad, que parece llevarse el viento. Y vuelve la calma que sigue a la tempestad una y otra vez como las agujas del reloj, que marcan siempre la huella del tiempo en nuestras vidas.

 

              Nadie llenará el vacío que dejó María. Tampoco se conocerá la verdad o tal vez sí. De hecho, los escándalos continúan. No tardarán en sentarse en el banquillo los auténticos culpables. Aquel día ni por venganza ni por rencor me sentiré mejor. No habrá servido de nada su muerte. Sólo siento indiferencia ante quienes permitieron tanta crueldad.

 

              Nunca he estado cerca de Dios ni en estos momentos de vacío. Tal vez si creyese que existía alguien ahí arriba pensaría que les dará su merecido pero no es algo que me preocupe.     

 

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