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A través del espejo

Sam:

Posted on diciembre 10th, 2010 by henrietta
Posted in Un poco de todo | No Comments »

              Sam estaba en su estudio, con el pincel entre sus fauces, tratando de dibujar el paisaje que veía a través de la ventana. Era una puesta de sol preciosa; esos tonos rosáceos y anaranjados sobre el mar a última hora de la tarde se convertían en un estallido de colores sobre el lienzo, tendido en el suelo.

              Peter y Olga, los orgullosos dueños de Sam, miraban sonrientes el ir y venir del perro alrededor de la pintura.

              Desde que lo compraron, se dieron cuenta que no hacía cosas “normales”, como dormitar todo el día junto a la chimenea o dar paseos por el jardín persiguiendo a los gatos vecinos. Nunca habían tenido en mente la aspiración de convertir a Sam en una celebridad pero se dejaron tentar desde que el año anterior un marchante se había fijado en esa especie de manchas de colores, que no había pintado una mano humana sino nada más y nada menos que un setter irlandés.

              Desde entonces todo habían sido concursos, flashes de televisión, entrevistas a la pareja propietaria del genio pintor y dinero y más dinero procedente de la venta de los cuadros. Incluso había camisetas estampadas y todo tipo de artilugios de decoración y para fiestas con la huella de Sam, que era, ¿cómo no?, la firma de todos sus cuadros.

              Peter y Olga no eran, evidentemente, unos amos convencionales pero tampoco pretendían convertirse en millonarios a costa de explotar a su mascota. De hecho, ya eran ricos cuando compraron a Sam. Sin embargo, siempre les había atraído ir más allá de los límites y esta vez no era diferente.

              Sam parecía ser un perro feliz moviéndose entre colores, con su pañuelo atado al cuello. Al fondo de la estancia había un cuadro del artista luciendo una boina, que no había dibujado él mismo sino un pintor realista, apodado “Matisse”. Al perro parecía gustarle mirar aquel cuadro; de vez en cuando detenía su pincel y miraba hacia la esquina donde estaba colgado. ¿Acaso reconocía su propia imagen?

              Peter y Olga esperaron en silencio hasta que Sam acabó de pintar. Tenían que asistir a una inauguración en la galería “Storm” donde habían celebrado la primera exposición de su mascota: veintidós lienzos, que entusiasmaron a los asistentes.

              Aquella noche no era él la estrella pero tampoco parecía necesitarlo. A veces, Sam miraba distraído a otros perros con los que se cruzaban por la calle o, incluso, desde el coche. Ninguno de ellos parecía tener una habilidad especial pero caminaban o correteaban libres junto a sus dueños. A Peter y a Olga no les había pasado desapercibido el interés que mostraba por sus semejantes. Incluso, en alguna ocasión, habían hablado sobre la posibilidad de renunciar a su vida urbanita y alejarse a un lugar solitario donde pudiese corretear a sus anchas, cerca de un lago, en el bosque y disfrutar de la compañía mutua pero nunca se decidían. Su vida era demasiado cómoda para decidirse a cambiarla. Ninguno de los dos sospechaba que esa noche ocurriría algo que les obligaría a dar el paso.  

              Cuando llegaron a la galería, numerosas cámaras empezaron a enfocarles. Era imposible para Sam pasar desapercibido. Incluso parecían demostrar más interés por el can que por la propia artista, que, tal vez, sabiendo que el público estaría más pendiente de su invitado de honor que de ella misma, iba acompañada por una caniche vestida o más bien disfrazada de pulpo. Peter y Olga miraron horrorizados a la pobre perrita, que apenas podía moverse y tropezaba a cada paso con una especie de peluca rosa, que simulaba las patas del pulpo.

              Tan sorprendidos se quedaron de ver a Dana sometiendo a su preciosa perrita a tal ridículo, que pronto abandonaron la fiesta. Sam no había mostrado el más mínimo interés por ese pobre animal vestido como un auténtico espantapájaros.  

              A la mañana siguiente, Peter y Olga desayunaron en silencio. Parecía haber llegado el momento de tomar una decisión y dejar que Sam viviese como un perro normal, lejos de personas que veían a los animales como una anécdota y no como un ser vivo, susceptible de sufrir el ridículo al que sus dueños podían querer someterlos. De hecho, aunque ellos nunca habían pretendido utilizar a su mascota para satisfacer su ego, sí habían sido conscientes que los medios lo habían explotado y, en el fondo, se sentían cómplices de suministrar al mundo tal diversión.

              Pocos meses después, Peter, Olga y Sam se hallaban cómodamente instalados en una casita junto a un lago, cerca de las montañas. Lejos quedaron los flashes, las exposiciones y tantas personas que trataban de convertir a Sam en un esperpento.

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