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A través del espejo

El círculo del tiempo (revisión):

Posted on diciembre 16th, 2011 by henrietta
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Hace tiempo, cuando mi hijo me preguntó cómo llegar al corazón de una estrella, no se me ocurrió una respuesta mejor que hablarle del círculo del tiempo, que había leído en el Diario de Madeline. Consistía en algo tan simple como dibujar mentalmente un círculo en el suelo, sentarse dentro, cerrar los ojos y empezar el viaje.

Así, podías llegar al corazón de las estrellas, subir en autobuses alados e ir a cualquier lugar, atrás o adelante en el tiempo. Tan maravillado se quedó que no tuve más remedio que leerle el primer viaje de Madeline para mostrarle cómo funcionaba este círculo mágico. “En éste, mi primer viaje -decía mamá- fui a par Hace tiempo, cuando mi hijo me preguntó cómo llegar al corazón de una estrella, no se me ocurrió una respuesta mejor que hablarle del círculo del tiempo, que había leído en el Diario de Madeline. Consistía en algo tan simple como dibujar mentalmente un círculo en el suelo, sentarse dentro, cerrar los ojos y empezar el viaje. Así, podías llegar al corazón de las estrellas, subir en autobuses alados e ir a cualquier lugar, atrás o adelante en el tiempo. Tan maravillado se quedó que no tuve más remedio que leerle el primer viaje de Madeline para mostrarle cómo funcionaba este círculo mágico. “En éste, mi primer viaje -decía mamá- fui a parar a 1889. Aún no controlaba muy bien ni dónde ni en qué fecha iba a encontrarme. En esta ocasión, aparecí en Saint-Rémy-de-Provence. Era al amanecer y un pintor estaba dibujando un extraño cuadro que mostraba la noche sobre los tejados de la población. Le faltaba una oreja, al pintor, no al cuadro. Los cuadros por aquél entonces todavía no oían. Éste fue un breve viaje. Yo no estaba preparada para quedarme por mucho tiempo. Al día siguiente tenía que ir al colegio. Pero aquella no había sido una noche como cualquier otra. A la mañana siguiente, me quedé mirando nuestro De sterrennacht. Me costó mucho convencerme que los cuadros eran sólo para estar colgados en la pared. Era evidente que lo del día anterior era mejor que no se lo explicase a nadie porque tenía que mantener el secreto y estaba claro que todas las estrellas seguían teniendo su corazón aunque no pudiese verlo en el cuadro…” Después de años empeñada en vivir escribiendo, había descubierto el Diario de mamá, que hablaba de unas extrañas energías le permitían viajar en el tiempo con el solo poder de la mente. Tan raro era que sólo debía haberlo compartido con el sr. Malcolm. Además, ¿quién iba a creerla si explicaba que el día anterior había visto a Van Gogh pintando uno de sus cuadros más famosos? A partir de entonces, el círculo del tiempo no fue sino un entretenimiento para el fin de semana o en época de vacaciones. “Y aquí estoy en la edad de piedra, rodeada de imponentes menhires, con nutrientes para sobrevivir unos pocos días y desesperada por encontrar un poco de agua”, decía Madeline en uno de sus relatos. Steve escuchaba con cara de incredulidad lo que yo le estaba explicando. Todavía era demasiado pequeño para entender qué era un menhir aunque unos dibujos serían de gran ayuda. – Steve, cariño, acércame el libro que tiene piedras dibujadas, el de color amarillo. Steve se acercó a la mesa de mi despacho y trajo un pequeño libro con una fotografía del círculo de Stonehenge en la portada. Así, aprendió qué era un menhir y pudimos continuar leyendo el Diario de mamá. “En esta ocasión, el círculo mágico había fallado. Mi idea era viajar hacia el futuro y comprar un regalo de cumpleaños: uno de esos autobuses de juguete, con orejas de elefante plegables y trompa. A lo mejor así, podría entender que el círculo del tiempo servía no sólo para buscar corazones de estrellas sino también para traerse curiosos artilugios de recuerdo, que era mejor dejar escondidos en casa a tamaño reducido porque los vecinos no encontrarían normal ver una lustrosa armadura o pasear a una esfinge de piedra por el jardín. Sin embargo, en algo me debía haber equivocado y en lugar de aparecer levitando junto a unos grandes almacenes voladores, había retrocedido a la época de los megalitos. Tal vez una de esas piedras gigantescas aunque no tuviesen corazón sería un buen regalo o no, pero pensándolo bien, sería mejor intentar un nuevo desplazamiento. Ninguno de los bestias, que estaban colocando hileras de menhires, había notado mi presencia pero sí se darían cuenta si les quitaba una de sus piedras y la reducía lo suficiente para poderla meter en mi bolsillo.” Mientras acababa de leer el relato de mamá, Steve me miraba con cara de sorpresa. Y acabó preguntándome: – mamá, ¿y si vamos a los grandes almacenes en busca de un trompibús como el que sale en el cuento? En lugar de eso, nos acercamos al lago. Steve jugaba, con sus rizos dorados, como si estuviese en la playa, dibujando estrellas de arena que le rodeaban. A la mañana siguiente, el trompibús ya estaba aparcado en nuestro garaje. ¿Qué carita pondría Steve cuando viese como se movía la trompa o las orejas, que servían de parasol? Mejor no explicarle aún que era el único recuerdo traído del primero de mis viajes en el tiempo. ar a 1889. Aún no controlaba muy bien ni dónde ni en qué fecha iba a encontrarme. En esta ocasión, aparecí en Saint-Rémy-de-Provence. Era al amanecer y un pintor estaba dibujando un extraño cuadro que mostraba la noche sobre los tejados de la población. Le faltaba una oreja, al pintor, no al cuadro. Los cuadros por aquél entonces todavía no oían. Éste fue un breve viaje. Yo no estaba preparada para quedarme por mucho tiempo. Al día siguiente tenía que ir al colegio. Pero aquella no había sido una noche como cualquier otra. A la mañana siguiente, me quedé mirando nuestro De sterrennacht. Me costó mucho convencerme que los cuadros eran sólo para estar colgados en la pared. Era evidente que lo del día anterior era mejor que no se lo explicase a nadie porque tenía que mantener el secreto y estaba claro que todas las estrellas seguían teniendo su corazón aunque no pudiese verlo en el cuadro…” Después de años empeñada en vivir escribiendo, había descubierto el Diario de mamá, que hablaba de unas extrañas energías le permitían viajar en el tiempo con el solo poder de la mente. Tan raro era que sólo debía haberlo compartido con el sr. Malcolm. Además, ¿quién iba a creerla si explicaba que el día anterior había visto a Van Gogh pintando uno de sus cuadros más famosos? A partir de entonces, el círculo del tiempo no fue sino un entretenimiento para el fin de semana o en época de vacaciones. “Y aquí estoy en la edad de piedra, rodeada de imponentes menhires, con nutrientes para sobrevivir unos pocos días y desesperada por encontrar un poco de agua”, decía Madeline en uno de sus relatos. Steve escuchaba con cara de incredulidad lo que yo le estaba explicando. Todavía era demasiado pequeño para entender qué era un menhir aunque unos dibujos serían de gran ayuda. – Steve, cariño, acércame el libro que tiene piedras dibujadas, el de color amarillo. Steve se acercó a la mesa de mi despacho y trajo un pequeño libro con una fotografía del círculo de Stonehenge en la portada. Así, aprendió qué era un menhir y pudimos continuar leyendo el Diario de mamá. “En esta ocasión, el círculo mágico había fallado. Mi idea era viajar hacia el futuro y comprar un regalo de cumpleaños: uno de esos autobuses de juguete, con orejas de elefante plegables y trompa. A lo mejor así, podría entender que el círculo del tiempo servía no sólo para buscar corazones de estrellas sino también para traerse curiosos artilugios de recuerdo, que era mejor dejar escondidos en casa a tamaño reducido porque los vecinos no encontrarían normal ver una lustrosa armadura o pasear a una esfinge de piedra por el jardín. Sin embargo, en algo me debía haber equivocado y en lugar de aparecer levitando junto a unos grandes almacenes voladores, había retrocedido a la época de los megalitos. Tal vez una de esas piedras gigantescas aunque no tuviesen corazón sería un buen regalo o no, pero pensándolo bien, sería mejor intentar un nuevo desplazamiento. Ninguno de los bestias, que estaban colocando hileras de menhires, había notado mi presencia pero sí se darían cuenta si les quitaba una de sus piedras y la reducía lo suficiente para poderla meter en mi bolsillo.” Mientras acababa de leer el relato de mamá, Steve me miraba con cara de sorpresa. Y acabó preguntándome: – mamá, ¿y si vamos a los grandes almacenes en busca de un trompibús como el que sale en el cuento? En lugar de eso, nos acercamos al lago. Steve jugaba, con sus rizos dorados, como si estuviese en la playa, dibujando estrellas de arena que le rodeaban. A la mañana siguiente, el trompibús ya estaba aparcado en nuestro garaje. ¿Qué carita pondría Steve cuando viese como se movía la trompa o las orejas, que servían de parasol? Mejor no explicarle aún que era el único recuerdo traído del primero de mis viajes en el tiempo.

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